Transcribo el artículo del periodista Diego Carcedo "Desprecio de la ortografía" que apareció hace unos días en la prensa digital y que generó una interesante polémica. Espero que no os deje indiferentes.
Tuit del Ministro de Educación con faltas de ortografía |
Escribir con faltas de
ortografía, un tabú en mis tiempos de estudiante, ya no sonroja. Cuando, hace
algún tiempo, advertí a mis alumnos de cuarto de Periodismo que en los exámenes
suspendería a los que incurriesen en faltas de ortografía, un estudiante insolente
me replicó que eso ya no era importante. ‘Para evitarlo –me respondió– está el
corrector ortográfico de Google’. Le repliqué que los aviones modernos llevan
sistemas automáticos de navegación y no por eso los futuros pilotos podían
graduarse sin saber manejar una brújula.
Efectivamente, una semana
después, tres o cuatro exámenes incluían faltas de bulto y casi todos los
autores protestaron cuando vieron que la advertencia no había sido hecha en el
vacío. En cambio una alumna, casualmente hija de un matrimonio amigo, escribió
“a sido”, en lugar de “ha sido” y, aunque el resto del examen era pasable, la
suspendí.
Cuando en la revisión le
mostré subrayado el fallo, casi se echó a llorar y me pidió que, por favor,
cuando hablase con sus padres, no les dijese las razones del ‘cate’. Lo
entendía y achacó el error a un despiste inducido por los nervios. “Lo
comprendo -le dije-, pero ¿te imaginas esta frase en un titular de un
periódico?” No se trata de casos excepcionales; todo lo contrario, y la
ignorancia o despreocupación por la ortografía se ha convertido en un mal
cotidiano.
Y no sólo de los estudiantes
que a la ortografía le han perdido bastante el respeto. Acabo de leer la
noticia de que en un concurso oposición para maestros en propiedad a pesar de
que la tolerancia ortográfica era de tres errores, seis de los aspirantes a
formar a las futuras generaciones fueron expulsados y, lo más sorprendente, es
que todos consideran que ha sido una injusticia y para repararla acudirán al Juzgado.
En fin, que cualquiera –yo el primero– puede cometer una falta de ortografía es
evidente; pero que se desdeñe cometerla no es admisible.
Soy de los que opinan que en
nuestro idioma hay reglas ortográficas, empezando por la existencia de la
hache, que son incongruentes y fonéticamente innecesarias. Pero, como se dice
tanto ahora, es lo que hay. Conocer las reglas ortográficas y respetarlas es
imprescindible para no ir por ahí dando muestras de analfabetismo, igual que lo
sería ignorar los nombres de los Reyes Magos o la tabla de multiplicar. Los
correctores ortográficos están bien, pero a veces son los primeros que cometen
errores porque hay palabras de doble significado y ortografía distinta, y en
cualquier caso no eximen de conocer las normas y extremar su respeto.
El desprecio por la
ortografía, que según me comentan algunos profesores de otras carreras
universitarias es algo muy habitual, se está convirtiendo en un mal ejemplo del
desinterés por todo lo que se relaciona con la cultura y, peor aún, con la
educación integral. Igual que ocurre en la vida cotidiana, tal parece que en
nuestra sociedad, inducida por poderes fácticos que sólo consideran importante
aquello que afecta a la economía, escribir correctamente no genera beneficios
ni influye en las cuentas de resultados. Escribir con faltas debería producir
sonrojo, pero ya, tampoco.
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