Comparto en este segundo día sin clase presencial este interesante artículo de Julio Llamazares, aparecido el domingo pasado en El País, que evoca el "Decamerón" de Giovanni Bocaccio, una obra que nacida en medio de la terrible peste de 1348 nos transmite que el novelar, la ficción (los cuentos eróticos y los trágicos, las narraciones ingeniosa y las cómicas) salva a los personajes del miedo y les hace no perder la esperanza a pesar de las duras condiciones en las que sobreviven. Un mensaje muy apropiado para estos días extraños.
EL "DECAMERÓN"
Julio Llamazares
Al paso de la epidemia que,
como un tsunami de pesadilla, está asolando el planeta desde su aparición en
China, muchos son los que han recordado obras tanto cinematográficas como
literarias que evocan o anticiparon lo que hoy está sucediendo en el mundo: La peste, de Albert Camus;
Los novios, de
Alessandro Manzoni; La peste
escarlata, de Jack London; Diarios
del año de la peste, de Daniel Defoe; El último hombre, de Mary Shelley, Némesis, de Philip Roth...
Muy pocos, sin embargo, han recordado, al menos que yo haya leído, el Decamerón, de Bocaccio,
cuya historia transcurre en medio de la epidemia de peste bubónica que diezmó a
la población de Florencia en el año 1348. Posiblemente porque en el Decamerón no se abordan
tanto los detalles de la enfermedad como la oportunidad que les brinda a sus
protagonistas de llenar su tiempo de cuarentena, que pasan aislados en una casa
de campo, de narraciones orales y de imaginación.
Tomado de Wikipedia |
Recuerdo brevemente para
aquellos que no lo hayan leído el argumento del Decamerón: diez florentinos —siete mujeres y
tres hombres— deciden huir de su ciudad y refugiarse en una villa campestre
mientras la peste siga azotando a la capital de los Médici. Durante los días
que dura su reclusión, los personajes entretendrán el tiempo contándose
historias por turno hasta completar las 101 que componen la obra de Bocaccio,
pues en la introducción a la cuarta jornada este añade un relato más a los 10
de cada uno de ellos. Contra lo que cabría pensar, la mayoría de las historias
que los protagonistas se cuentan unos a otros son de carácter festivo y
erótico, sin rastro de temor ni de inquietud por lo que está sucediendo
entretanto en Florencia. Bocaccio escribió el Decamerón cuando el Renacimiento se atisbaba
en el horizonte y la humanidad dejaba atrás la Edad Media con su paisaje de
oscuridad, Inquisiciones y pestes físicas y morales. La idea del carpe diem prima entre los
protagonistas en lugar del ¿ubi
sunt (los muertos)? medieval.
Cuento esto porque es
exactamente lo contrario de lo que observo a mi alrededor en estos días de
imprevista cuarentena a la que el coronavirus, la enfermedad que recorre el
mundo, nos está obligando a los habitantes de Europa, un continente habituado
desde hace décadas a vivir en seguridad y paz. La costumbre, que creíamos ya un
derecho, nos ha fragilizado de tal modo que todo lo que no sea vivir como hasta
ahora nos parece inaceptable, y nos rebelamos contra la realidad. De ahí el
temor que se ha establecido en todos y de ahí las reacciones infantiles, de no
aceptar lo que está ocurriendo, de muchas personas que, en lugar de colaborar a
no difundir el miedo, contribuyen a su propagación a través de las redes
sociales y de todos los medios a su alcance.
El ejemplo del Decamerón debería
servirnos para que estos difíciles días, que pasarán, no tengo ninguna duda,
como han pasado todos a lo largo de la historia, no se llenen de sombra y de
inquietud, al contrario. Si para algo sirve la literatura (y quien dice la
literatura dice el cine y cualquiera de las formas de creación y
entretenimiento de las que disponemos hoy gracias a las tecnologías) es para
encontrar consuelo en medio de la adversidad y para llenar de esperanza el
tiempo como en aquella villa florentina de Bocaccio en la que la fantasía salvó
a sus protagonistas del miedo.
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