Ahora que algunos habéis terminado de leer la novela de este trimestre, "Hijos y padres" de Félix Teira, os dejo la crítica que realizó Ricardo Senabre en "El cultural" hace un año, para que profundicéis en el alcance de la novela y en sus valores literarios. Os recuerdo, de paso, que debéis ir realizando las actividades de la guía de lectura, que está en el enlace de 4º de ESO. El encuentro con el autor será el próximo 23 de junio.
Es probable que Félix Teira (Belchite -Zaragoza-, 1954) haya recordado al encabezar su obra el título de Turguéniev, Padres e hijos, y haya invertido a propósito el orden de los términos. En primer lugar, porque el tema común de las divergencias generacionales se desarrolla aquí situando en primer término a los hijos; en segundo, porque existe una diferencia abismal entre los problemas ideológicos y morales que distanciaban a los personajes de Turguéniev, como la aparición y la defensa de las doctrinas nihilistas, y el yermo mental de esta generación que muestra Teira, donde los valores esenciales son otros, como reflejan las palabras del Roda: “Necesito pelas porque es lo más, con la que está cayendo el que tiene pelas es Dios” (p. 131). Hijos y padres no es una novela amable, sino una visión descarnada y desoladora de un grupo de adolescentes que no encuentran su norte. Crecientemente desgajados de sus familias -algunas rotas o amputadas-, sacudidos por impulsos diversos, sólo brumosamente divisan en algunos casos su orientación futura: la fotografía y el cine para Arregui, el fútbol con que sueña Gemelo como forma de enriquecimiento rápido y fama, el dinero fácil para el Roda, que se ampara en el hecho de ser menor para llevar a cabo sus trapicheos delictivos, o las deshonestas actividades a que recurre la rumana Virila para subsistir y, en otra medida, la crueldad ambiental ejercida con distintas actitudes sobre personajes como la Sucia y Haoumar el Patera, componen un panorama de incertidumbre y vacío que las relaciones familiares no logran compensar.
Este desarraigo tiene su origen en la escasa consistencia del núcleo familiar, muchos de cuyos componentes se encuentran lejos de la ejemplaridad. La infidelidad conyugal no es la única lacra; los padres revelan su codicia al hacerse cargo del abuelo con Parkinson y demencia senil cuando ven que puede ser también una fuente de ingresos. Aquí no hay alegatos contra una enseñanza insuficiente o poco estimulante, sino la denuncia de un sistema social y familiar degradado, en el que las fronteras entre el deber y la libertad, entre la honradez y el delito, se han convertido en líneas lábiles que dificultan la visión nítida de unas líneas de conducta necesarias.
Hijos y padres es, además, una novela sin protagonistas; un relato coral, compuesto por monólogos o relatos que van pasando de un personaje a otro y multiplicando los puntos de vista. La técnica narrativa es, pues, la adecuada a la concepción de la historia; su realización formal provoca, sin embargo, dificultades de lectura en las primeras páginas, porque el procedimiento de mezclar nombres y apodos y de repetir varios en pocas líneas oscurece en muchos casos la identificación de los personajes, varios de los cuales son nombrados indistintamente de diversas maneras, y sólo avanzando muy detenidamente en la lectura -y volviendo alguna vez atrás, todo hay que decirlo- puede el lector hilvanar los hilos que le han quedado sueltos como consecuencia de la acumulación de denominaciones en un discurso que, sin perder su carácter coral y la riqueza de informaciones que precisan el perfil de los personajes, podía haber ofrecido mayor nitidez. Por lo demás, Teira es un buen narrador, para el que la literatura no es un simple juego, sino un testimonio -por eso habla siempre de cuestiones cercanas-, y un prosista con escasísimas fisuras, del que siempre cabe esperar historias y enfoques en que nada pueda sernos ajeno.
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