La primera entrada de este año es una continuación y un complemento de la última del año pasado. Otra vez nos acompañan las palabras del profesor Nuccio Ordine. De la introducción a su delicioso Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal reproduzco el capítulo 11, una acertadísima reflexión del papel que hoy debe acometer la educación.
Para otra entrada futura dejo la selección de libros que hace para esa biblioteca ideal y sus atinadísimos comentarios sobre las grandes obras clásicas que elige. Como dice Ordine, "es preciso partir de los clásicos, de la escuela, de la universidad, de aquellos saberes injustamente considerados inútiles (la literatura, la filosofía, la música, el arte, la investigación científica de base) para formar a las nuevas generaciones de ciudadanos. Porque, como recordaba Giordano Bruno en un bellísimo pasaje del Candelero, todo depende del primer botón: abrocharlo en el ojal equivocado significará, irremediablemente, seguir cometiendo error tras error".
La escuela y también la universidad deberían sobre todo educar a las nuevas generaciones para la herejía, animándolas a tomar decisiones contrarias a la ortodoxia dominante. En vez de formar pollos de engorde criados en el más miserable conformismo, habría que formar jóvenes capaces de traducir su saber en un constante ejercicio crítico.
En el aula de un instituto o de un centro universitario, un estudiante todavía puede aprender que con el dinero se compra todo (incluyendo parlamentarios y juicios, poder y éxito) pero no el conocimiento: porque el saber es el fruto de una fatigosa conquista y de un esfuerzo individual que nadie puede realizar en nuestro lugar. El acto mismo de la enseñanza puede revelarse, en efecto, como una forma de resistencia a las leyes del mercado y del beneficio: si en una transacción comercial hay siempre una pérdida y una ganancia (si compro una pluma, gano la pluma y pierdo el dinero; el comerciante, por su parte, gana el dinero y pierde la pluma), en una «transacción» intelectual un docente puede enseñar la fórmula de la relatividad de Einstein sin perderla, dando vida a un proceso virtuoso en el cual se enriquece al mismo tiempo quien recibe y quien da (¡cuántas veces, en clase, la observación de un estudiante o un silencio elocuente han resultado preciosos para el profesor!).
El conocimiento, como recuerda con un bellísimo ejemplo el gran dramaturgo y premio Nobel irlandés George Bernard Shaw, puede compartirse de manera que todos los protagonistas se hagan cada vez más ricos. Tratemos de imaginar a dos estudiantes de cualquier instituto europeo que salen de casa con una manzana cada uno y después, al llegar a clase, se intercambian las manzanas: cada uno volverá a casa con una sola manzana. Pero si los mismos estudiantes llegaran al instituto cada uno con una idea y se la intercambiaran, en este caso, al despedirse, los dos habrían adquirido una idea más.
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