En el teatro se hace el silencio para que el espectador oiga no solo las palabras y los silencios que vienen del escenario, sino también las palabras y los silencios de su propia vida y de vidas que podría vivir. En el teatro, arte del desdoblamiento, también el espectador se escinde entre quien es y sus otros.
Juan Mayorga, Silencio
Quiero compartir con los lectores del blog un extracto del discurso de ingreso en la RAE del dramaturgo Juan Mayorga, después de haber presenciado ayer la representación de su obra Silencio a cargo de Blanca Portillo. La obra, basada en ese discurso, es un canto de amor al oficio teatral que nadie debería perderse, pues junta en escena a estos dos monstruos de la escena española.
Sirvan estas palabras como invitación a ese espectáculo teatral y a la lectura del discurso. Ambos giran en torno al silencio y a las palabras en el teatro y en la vida e invitan a la reflexión y a seguir leyendo y viendo teatro. Faltaban en este blog de palabras más palabras sobre el silencio, como ya recordé en otra entrada.
Al entrar yo, por un rato, en esta casa de palabras, me pregunto si hay para el teatro una más necesaria que cualquier otra. Me pregunto cuál es la última a la que, para hacer teatro, querría renunciar. Pronto pienso en una decisiva si la escribo a fin de que un personaje la pronuncie o si la llevo a acotación, para prohibir que ninguna palabra sea pronunciada, o si la pronuncio yo mismo en la sala de ensayos dirigiéndome a los actores. Es la palabra silencio.
No pelearé con quien reclame que silencio es también muy querida por poetas, narradores, teólogos y letristas de bolero y otros palos. Ni les fatigaré previniéndolos contra su extraordinaria promiscuidad, que la convierte en fuente infinita, así como de hallazgos expresivos, de lugares comunes, cual si un magnetismo irresistible impulsase a cualquier otra a arrimársele para recibir algún reflejo de su carga aurática. Silencio mezcla bien con todo —hagan la prueba—. Habrá que tenerlo en cuenta, aunque no baste para explicar la dependencia que el teatro tiene de ella. Sucede que el teatro, arte del conflicto, encuentra en silencio la más conflictiva de sus palabras: esa que puede enfrentarse a todas las demás. Sucede que en el teatro, arte de la palabra pronunciada, el silencio se pronuncia. Sucede que el teatro puede pensarse y su historia relatarse atendiendo al combate entre la voz y su silencio. Sucede que en el escenario basta que un personaje exija silencio para que surja lo teatral; basta que, al entrar un personaje en escena, otro enmudezca; basta que uno, requerido a decir, se obstine en callar. Si el silencio es parte de la lengua, lo es, y determinante, del lenguaje teatral.
La importancia del silencio en el teatro corresponde a la que tiene en nuestro vivir. Comentamos que Mengana no abriese la boca en toda la cena o que Zutano sobre cierto asunto aún no haya dicho esta boca es mía, y guardamos —¡guardamos!— un minuto de silencio para honrar una memoria. Como a menudo lo echamos en falta, tenemos muchos signos para pedirlo o —decimos expresivamente— para ponerlo. A veces llega sin que nadie lo llame y alguien explica que ha pasado un ángel. También puede suceder que, de pronto, la vida, en su brutalidad o en su belleza, nos deje sin palabras.
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