Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros,
separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡Lea esa
vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude
dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda
en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de
estudiantes de Bogotá —casi diez años atrás— había sufrido una conmoción
semejante.
Gabriel García Márquez
Hoy se conmemora el centenario del nacimiento de Juan Rulfo, el gran escritor mexicano, autor de una breve pero importantísima obra que se resume en la novela Pedro Páramo y en el libro de relatos El llano en llamas.
Entre los especiales publicados por la prensa hoy destaca el homenaje que le dedica el diario El País, 100 años. Juan Rulfo, que contiene valiosos documentos (cuentos leídos por el autor, fotografías tomadas por él, vídeos,...) y artículos que estudian su obra.
Ojalá la lectura de Pedro Páramo, cuando ya terminen todos los exámenes, os conmocione igual que lo hizo a Gabriel García Márquez. A mí, cuando la leí por primera vez a los dieciocho años, me dejó igualmente impactado y desde entonces no he dejado de recomendarla como una de las grandes novelas de la literatura castellana. En ella el lector se encuentra un mundo alucinante, en el que las fronteras entre lo soñado, lo evocado y lo vivido, este mundo y el de ultratumba, han desaparecido. Además, está relatada con diferentes técnicas narrativas que la enriquecen poderosamente (contrapunto, desorden cronológico, cambios de punto de vista, monólogos interiores que alternan con diálogos,...) y con una lengua que entremezcla de forma muy sugerente la poesía y el habla popular. Como en todas las grandes novelas, el lector tiene un papel protagonista también.
El comienzo de la novela seguro que no os deja indiferentes.
Vine a Comala porque me dijeron que
acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí
que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de
que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No
dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro.
Estoy segura de que le dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra
cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo
aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
—No vayas a pedirle nada. Exígele lo
nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos
tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
—Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa.
Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones.
Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era
aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
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