miércoles, 3 de febrero de 2016

LA IMAGEN DE LAS PALABRAS

Imagen de la campaña #acentúate de Fundéu
para promover el uso de las tildes en las etiquetas o 
hashstags empleadas en las redes sociales.
Reproduzco a continuación el interesante artículo que publicó hace unos días el periodista y escritor Álex Grijelmo en el diario El País. Trata de cómo ahora la imagen propia también se transmite a través de la escritura en un mundo en el que todos estamos escribiendo continuamente. Pero, a diferencia de otras conductas, no se advierte ni corrige a aquel que comete continuos errores ortográficos o gramaticales. Es ahora con la intervención de algunos escritores como el propio periodista o Víctor García de la Concha, el anterior director de la Real Academia Española, que comentó recientemente en una conferencia que hacemos «un uso zarrapastroso del idioma», cuando se hace público en los grandes medios de comunicación este alarmante deterioro en el uso de la escritura, especialmente entre aquellos que sí han tenido acceso a una educación adecuada. El artículo de Grijelmo nos invita a reflexionar acerca de lo importante que es para cada uno de nosotros ser responsables de lo que decimos y de cómo lo decimos.

LA IMAGEN DE LAS PALABRAS
Las redes sociales, el correo electrónico y los mensajes de móvil han obligado a millones de personas a relacionarse cada dos por tres con un teclado y, por tanto, a reflexionar sobre las palabras y a plantearse dudas ortográficas o gramaticales.

Hasta hace sólo unos años, la escritura habitual formaba parte de determinados ámbitos profesionales, pero no alcanzaba a la inmensa mayoría de la población del mundo avanzado. Mucha gente podía pasar semanas y meses sin necesidad de escribir nada (aunque sí de leer). Ahora, sin embargo, se escribe más que nunca en la historia de la humanidad.

Eso ha dotado de un nuevo rasgo a las personas. Su imagen ya no reside sólo en su aspecto, sus ropas, su higiene, el modelo de su automóvil, acaso la decoración de la casa. Ahora también transmitimos nuestra propia imagen a través de la escritura.

El grupo de WhatsApp de la asociación de padres, los mensajes de Twitter, los comentarios de Facebook o los argumentos de un correo electrónico constituyen un escaparate que exhibe a la vista de cualquiera la ortografía de una persona, su léxico, su capacidad para estructurar las ideas.

Si alguien lleva una mancha en la camisa, el amigo a quien tenga cerca en ese momento le advertirá amablemente para que se la limpie. Incluso puede decírselo el desconocido con el que acaba de entablar una conversación.

Sin embargo, los fallos de escritura en esos ámbitos se dejan estar sin más comentario. Los vemos y los juzgamos, sí, pero miramos para otro lado. Ni siquiera avisamos en privado para que el otro tome conciencia de sus errores. Es un examen silencioso, del que a veces se derivan decisiones silenciosas también.

Tememos dañar al corregido. ¿Por qué? Tal vez porque un lamparón en la blusa se puede presentar como accidental y no descalifica a la persona, mientras que la escritura constituye una prolongación de la inteligencia y de la formación recibida. Y por tanto las refleja.

El que observe en silencio esas faltas frecuentes exculpará, por supuesto, a quien no haya tenido a su alcance una educación adecuada. Puede que no sea tan benevolente, en cambio, con los demás: con quienes han malversado el esfuerzo educativo que se hizo con ellos; y con todos aquellos que lo consintieron. El deterioro de la escritura en el sector bien escolarizado es lo que realmente provoca el escándalo. Y eso, quizás hasta la conferencia de prensa ofrecida ayer por Víctor García de la Concha, era un escándalo silencioso.

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