En 1926 García Lorca pronunció en Granada su conferencia La imagen poética en Góngora. El escritor barroco fue para los autores de la generación del 27 el ejemplo de poeta auténtico, exigente e inspirado, creador de un nuevo lenguaje poético digno de ser imitado por su belleza formal. La imagen poética, la metáfora, nos dirá Lorca en esa conferencia, "une dos mundos antagónicos por medio de una salto de la imaginación", por lo que se convierte en el recurso del que se vale el poeta para conectar los diferentes planos de la realidad.
En esa conferencia García Lorca medita sobre el momento de la creación del poema. Lo identifica con una cacería nocturna. La oscuridad, la noche, el misterio, el peligro son ingredientes de esa lucha. Pero a todo ello hay que sumar la necesidad del orden y el control para no caer en el engaño de la facilidad. El poeta debe acudir a la cacería con sus cinco sentidos corporales alerta. En el equilibrio entre inspiración y disciplina radica la genialidad del poeta. Y en eso, Góngora y García Lorca son dos maestros.
Con estas palabras recoge García Lorca en dicha conferencia ese momento mágico de la creación.
El poeta que va a hacer un
poema (lo sé por experiencia propia) tiene la sensación vaga de que va a
una cacería nocturna en un bosque lejanísimo. Un miedo inexplicable
rumorea en el corazón. Para serenarse, siempre es conveniente beber un
vaso de agua fresca y hacer con la pluma negros rasgos sin sentido. Digo
negros, porque... ahora voy a hacerles una revelación íntima.... yo no
uso tinta de colores. Va el poeta a una cacería. Delicados aires enfrían
el cristal de sus ojos. La luna, redonda como una cuerna de blando
metal, suena en el silencio de las ramas últimas. Ciervos blancos
aparecen en los claros de los troncos. La noche entera se recoge bajo
una pantalla de rumor. Aguas profundas y quietas cabrillean entre los
juncos... Hay que salir. Y éste es el momento peligroso para el poeta.
El poeta debe llevar un plano de los sitios que va a recorrer y debe
estar sereno frente a las mil bellezas y las mil fealdades disfrazadas
de belleza que han de pasar ante sus ojos. Debe tapar sus oídos como
Ulises frente a las sirenas, y debe lanzar sus flechas sobre las
metáforas vivas, y no figuradas o falsas, que le van acompañando.
Momento peligroso si el poeta se entrega, porque como lo haga, no podrá
nunca levantar su obra. El poeta debe ir a su cacería limpio y sereno,
hasta disfrazado. Se mantendrá firme contra los espejismos y acechará
cautelosamente las carnes palpitantes y reales que armonicen con el
plano del poema que lleva entrevisto. Hay a veces que dar grandes gritos
en la soledad poética para ahuyentar los malos espíritus fáciles que
quieren llevarnos a los halagos populares sin sentido estético y sin
orden ni belleza. Nadie como Góngora preparado para esta cacería
interior. No le asombran en su paisaje mental las imágenes coloreadas,
ni las brillantes en demasía. Él caza la que casi nadie ve, porque la
encuentra sin relaciones, imagen blanca y rezagada, que anima sus
momentos poemáticos insospechados. Su fantasía cuenta con sus cinco
sentidos corporales. Sus cinco sentidos, como cinco esclavos sin color
que le obedecen a ciegas y no lo engañan como a los demás mortales.
Intuye con claridad que la naturaleza que salió de las manos de Dios no
es la naturaleza que debe vivir en los poemas, y ordena sus paisajes
analizando sus componentes.
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