En esta entrada y en las tres siguientes voy a presentar doce novelas españolas escritas durante la dictadura franquista, aunque no todas pudieran ser publicadas en su primera edición en España. En todos los casos son títulos referentes en el estudio de la novela, que hemos hecho en las últimas semanas, por su excelente calidad literaria.
Cada una de esas doce novelas va a ir acompañada de una breve reseña crítica que he entresacado de 1001 libros que hay que leer antes de morir de los profesores y críticos literarios Peter Baxell y José-Carlos Mainer. Son textos, de diferentes profesores y críticos que cito al final, que presentan estas novelas como una invitación a su lectura e inciden en sus aspectos temáticos y formales más novedosos. Ojalá sirvan estas entradas para completar mejor el estudio de la novela española de ese tiempo y para seguir invitando a la lectura de unas obras que han resistido muy bien el paso del tiempo y se han convertido en verdaderos clásicos de nuestra literatura.
Advierto que en algunas de estas reseñas se destripa el final de la novela, aunque eso tampoco debería ser motivo para dejarlas sin leer, pues es bien sabido de todos que las buenas novelas, como las buenas películas, nos cautivan por muchas razones y la del desenlace no es la principal en ninguna ocasión.
Advierto que en algunas de estas reseñas se destripa el final de la novela, aunque eso tampoco debería ser motivo para dejarlas sin leer, pues es bien sabido de todos que las buenas novelas, como las buenas películas, nos cautivan por muchas razones y la del desenlace no es la principal en ninguna ocasión.
Nada (1945) de Carmen Laforet
En su
tiempo el tema de esta novela resultó nuevo y osado pues recrea el ambiente
sórdido y hostil de una gran ciudad y el de unas relaciones familiares marcas
por la desconfianza y el egoísmo. Se la clasificó, incluso, de tremendista, y si bien la trama y el punto de vista eran
simples y hasta planos, resultaba notable la capacidad de la joven autora de
veintitrés años para crear un ambiente de pasiones sórdidas, de cainismo y
odios, que enmarcan bien la situación de asombrada perplejidad de la
protagonista: Andrea, que ha padecido el desafecto de su prima Isabel y viaja,
llena de ilusiones y esperanzas a Barcelona para estudiar Filosofía y Letras.
Vive en casa de la abuela con su familia materna, unos seres no solo carentes
de capacidad afectiva, sino de escaso equilibrio mental y moral: el melómano
Román, oscuro maníaco metido en negocios de contrabando que se suicida; un
pintor fracasado que maltrata a su mujer; la desequilibrada Angustias, que
busca en un convento sublimar sus frustraciones. Todos le reprochan a Andrea la
deuda que contrae con ellos al acogerla, e ignoran a la abuela, una pobre mujer
rodeada de parientes egoístas. La expresividad del estilo y el dibujo del
ambiente hicieron que la novela fuera recibida por los exiliados españoles como
una denuncia social, cosa que ni es ni estaba en la intención de la autora. Hoy
prevalece por su ingenua fuerza narrativa (que le valió ser el primero de los
Premios Nadal) y sabemos que fue parte esencial de la regeneración de la novela
en la posguerra. [María-Dolores Albiac]
La colmena (1951) de Camilo José Cela
La novela influyó en los escritores de la llamada
generación del medio siglo, que realizaron la labor de crítica y denuncia
social que Cela no intentó. Él no describe la sordidez vital de los moradores
de la colmena apuntando causas o culpables; tiende a verlo todo de un modo
fatalista y la piedad que manifiesta es compatible con la burla o la crueldad.
Cela se limita a relatar, con superior dominio del idioma, los hechos de una
realidad degradada y logró un testimonio demoledor que, pese a su prohibición por
la censura, fue ávidamente leído por muchos. [María-Dolores
Albiac]
El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio.
El monótono
fluir del río titular enmarca el monótono transcurso de un domingo de hacia
1955 (se está construyendo la base americana de Torrejón), centrado en once
jóvenes excursionistas y un grupo de clientes, algo mayores, que coinciden en
un merendero de sus orillas. El tiempo —una obsesión del relato— transcurre al
paso de conversaciones anodinas, de gestos intrascendentes de los miembros de
cada grupo —verdaderos protagonistas colectivos de la trama—, o de alguna
desavenencia por futesas. Los diálogos, que reproducen el habla cotidiana con
precisión de filólogo, carecen de preocupaciones morales o ideológicas, repiten
tópicos y frases manidas propias del ralo nivel espiritual de esa clase media
baja española para la que no pasa nada. Pero, aunque el autor declara no haber pretendido
otra cosa que una observación histórica del lenguaje de su tiempo, esto es solo
aparente: aquí y allá se reflejan la rebeldía, el descontento o el recuerdo
vivo de la Guerra Civil, siempre cercana. Y este no pasar nada anuncia también
que algo se avecina. La muerte de la joven y pudibunda Lucita, ahogada en el
río, y la desnudez de su cuerpo ante los oficiales del Juzgado, concluyen esta
parábola de la España sobreviviente. La estructura narrativa es compleja y
compagina la objetividad conductista con calculados momentos de abandono de la
imparcialidad. La deliberada ausencia de retórica no empequeñece la brillantez
poética de muchos momentos, que alcanza especial intensidad en las
descripciones de la naturaleza.
[María-Dolores Albiac]
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