CURSO

viernes, 17 de abril de 2015

LA DENUNCIA SOCIAL EN «LOS SANTOS INOCENTES»

Para ampliar el tema de la denuncia social en Los santos inocentes de Miguel Delibes os dejo estos apuntes entresacados del libro Claves de «Los santos inocentes» de Domingo Gutiérrez, un estudio muy completo sobre la obra que nos ocupa y que en muchos trabajos y en muchas páginas de internet se fusila sin tan siquiera aludir a la fuente o al autor. De justicia es reconocer la autoría de su trabajo. Para tener completos estos apuntes hay que seguir leyendo en «más información» (al final de la entrada).



LA INJUSTICIA SOCIAL, TEMA PRINCIPAL
En Los santos inocentes, Miguel Delibes plantea una acendrada situación de injusticia social, injusticia que se hace más flagrante por la sumisión con que es aceptada. La rebelión final de uno de los sometidos vendrá a constituir una reacción lógica a una tan injusta situación.
Los elementos que configuran la injusticia van acumulándose a lo largo de la novela; la distancia entre amos y siervos se hace cada vez mayor. La injusticia no sólo se percibe en los signos externos que reflejan el modo de vida de unos y otros (casa, vestido, ocupaciones,…). Va unida, en primer lugar, al desprecio por los semejantes:
    • Al señorito de La Jara, donde sirve Azarías, no le importa cuándo este entra o sale del cortijo; el señorito no sufre cuando muere la milana (el gran Duque) y terminará expulsándole por hacer las mismas cosa que había hecho siempre.
        • Cuando Paco, el Bajo, intenta que rectifique la orden de expulsión, el señorito le espeta: «todo lo que quieras, tú, menos levantarme la voz, sólo faltaría».
          • Desprecio enorme revelan las palabras con las que el señorito Iván se refiere a sus competidores y sirvientes: «para el señorito Iván, todo el que agarraba una escopeta era un maricón».
            La injusticia se percibe en los abusos que cometen los amos:
            • Las ilusiones que Paco tenía depositadas en la Nieves se esfuman cuando es obligada a servir en casa de don Pedro.
            • Paco debe ir, aun impedido, a una batida en la que recae por querer hacerlo bien.
            No es fácil acabar con esta injusticia, a juzgar por las palabras de los señoritos e invitados, que reflejan una ideología extremadamente inmovilista. En estas palabras se resume el bagaje ideológico de los amos: «el que más y el que menos todos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida, ¿no?».
            El fin de la injusticia se ve más lejano cuando se comprueba la sumisión con la que la aceptan los inocentes.
            • Azarías sustrae los tapones de las válvulas de los invitados del cortijo por si algún día las necesitan sus señoritos. 
            • Paco acepta resignadamente todas sus tribulaciones: la Niña Chica, que le anula sexualmente, la imposibilidad de que su hija se eduque, la molesta presencia del Azarías en su casa, el raquítico pago que le da el señorito tras cada cacería, la ayuda paternalista de la señora, la exhibición del episodio de la firma. Los accidentes de Paco son muestra extrema de sumisión. 
            • Paco trata, incluso, de ocultar los amores del señorito con doña Pura. 
            • También la Régula está dispuesta a cumplir todo lo que le manden: abrir el portón, limpiar la entrada al cortijo,…
            Sólo el Quirce manifiesta un principio de rebeldía: su silencio, su displicencia enfadan al señorito.
            La sumisión de los humildes parece favorecida por la estructura del latifundio, poco permeable a las influencias exteriores, y por la ignorancia en que, conscientemente, se mantiene a los humildes.
            Ante la perpetuación de la injusticia, la rebelión trágica se abre paso como reacción inevitable. Pero no se trata de una rebelión «política», sino de una venganza individual. Un retrasado mental comete un crimen, por algo que a él le han hecho y que le afecta a él sólo. El Azarías llega al crimen porque una pasión (la cinegética) ha chocado contra otra pasión (su amor por la milana). Pero al lector este crimen se le aparece, como dice Pilar Palomo, como un acto de «justicia natural» que posee dos características: estar exento de culpabilidad -porque lo comete un retrasado mental- y constituir un resarcimiento de todos los humildes por las injusticias y oprobios sufridos.
            EL ALCANCE SOCIAL DE LA NOVELA
            Cuatro años después de publicada la novela, escribía Delibes sobre ella:
            La situación de sumisión e injusticia que el libro plantea, propia de los años sesenta, y la subsiguiente «rebelión del inocente» ha inducido a algunos a atribuir a la novela una motivación política, cosa que no es cierta. No hay política en este libro. Sucede, simplemente, que este problema de vasallaje y entrega resignada de los humildes subleva tanto –por no decir más– a una conciencia cristiana como a un militante marxista. Afortunadamente, creo, estas reminiscencias feudales van poco a poco quedando atrás en nuestra historia.
            Delibes afirma que «no hay política» en la novela: no ataca primordialmente a las estructuras sociales o al sistema político, sino a cuanto éste tiene de deshumanizador y de injusto, y en ese sentido la novela se convierte en una denuncia moral de una situación que subleva tanto a una «conciencia cristiana como a un militante marxista».
            La conciencia cristiana de Delibes está teñida de preocupación social; interpreta el sentimiento cristiano a través del prójimo; reviste la ayuda a los demás de sentimiento religioso de acuerdo con la máxima cristiana de «amaos los unos a los otros».
            Delibes no separa  la conciencia cristiana de la conciencia social. Desde esta perspectiva se explica su visión de la sociedad.
            Los santos inocentes se desarrolla en un latifundio. La imagen que refleja la novela destaca la idea de que el latifundio favorece la diferencia en el modo de vida entre propietarios y siervos. Los señoritos acuden al cortijo sólo de vez en cuando para fiestas o cacerías. Viven habitualmente en la ciudad, despreocupados de sus siervos; por eso, en ocasiones, quedan sorprendidos cuando descubren su miseria (como le sucede a la señorita Miriam). Poseen grandes vehículos y gozan de la amistad de la nobleza y de los altos cargos políticos del régimen franquista.
            Pero el dato de mayor alcance social es, quizá, su arraigada conciencia de propiedad que se extiende no sólo a la tierra, sino también a los hombres. Por ejemplo, tras el accidente de Paco, el Bajo, el señorito Iván lo lleva a Cordovilla, donde el médico le confirma al señorito  esta convención: «tú eres el amo de la burra». Tan arraigada tiene esta conciencia el señorito que no le importa humillar a su hombre de confianza, don Pedro, el Périto, arrebatándole su esposa.
            Los «inocentes», por su parte, carecen de todo: no poseen la propiedad de la tierra ni de la casa donde habitan e, incluso, no pueden decidir sobre el futuro de sus hijos. Los «inocentes», sujetos a una férrea jerarquía se ven abocados a la resignación. Aceptan la caridad de los amos (la limosna de la señora Marquesa, la propina del señorito Iván tras la cacería) y se sienten orgullosos de ser objeto de sus preferencias  (caso de Paco, el Bajo, como secretario). Desarrollan una conciencia de vasallaje (especie de contrato no firmado de fidelidad al señor) que se resume en la repetida frase con la que Paco reconviene a la Nieves: «tú en estas cosas de los señoritos, oír, ver y callar».
            Lo curioso es que la conciencia de propiedad y la conciencia de vasallaje son asumidas con toda naturalidad por los personajes. Es el lector, que está fuera de la relación entre amo y criado, el que se rebela contra la situaciones de injusticia que se cuentan en la novela.
            El acercamiento entre opresores y oprimidos y la redención de los humildes son imposibles por la existencia de barreras creadas por quienes detentan el poder. Ni la forma en que entienden la educación, como una forma de caridad y no como una necesidad y un derecho de las personas, ni la manera en que viven la religión, como una actividad ritual al servicio de los aristócratas y como una fiesta a la que no pueden asistir los humildes, ayudan a acercar a amos y criados y perpetúan la  situación de injusticia que se refleja en la novela.

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