CURSO

viernes, 30 de mayo de 2014

ORACIONES SUBORDINADAS ADVERBIALES

Terminamos el estudio de la oración compleja con una introducción a las oraciones subordinadas adverbiales,  llamadas así según la gramática tradicional, pero que no constituyen un grupo homogéneo como el de las sustantivas o o el de las adjetivas  y abarcan una diversidad de construcciones muy distintas entre sí. Diferenciaremos cuatro tipos:
  • Las oraciones subordinadas adverbiales propias: de lugar, tiempo y modo.
  • Las oraciones subordinadas adverbiales impropias: causales, finales e ilativas.
  • Los enunciados o construcciones condicionales y concesivos.
  • Las oraciones subordinadas de relación cuantitativa: comparativas y consecutivas.
En esta presentación encontraréis las características de cada grupo y los modelos de análisis sintáctico que seguiremos en clase.

miércoles, 21 de mayo de 2014

LAS LECCIONES DE LA IMAGINACIÓN


Alma del Ebro
de Jaume Plensa i Suñé
Dejo a continuación el texto que los alumnos de 2º de Bachillerato habéis comentado en el examen final de esta mañana. Es un extracto de un artículo de Javier Marías, publicado en El país hace menos de un mes, que lleva por título Las lecciones de la imaginación
En el artículo se trata de un tema sobre el que muchas veces hemos hablado en clase y sobre el que en el blog hemos recogido interesantes y enriquecedores testimonios como los de Mario Vargas Llosa o Emilio Lledó, o como los de Jorge Luis Borges o José Luis Sampedro

Espero que no olvidéis las sabias palabras de estos hombres sabios.

Tengo la sensación de que nos vamos adentrando en una de esas épocas en las que se tiende a juzgar superfluo cuanto no trae provecho inmediato y tangible. Una época de elementalidad, en la que toda complejidad, toda indagación y toda agudeza del espíritu les parecen, a los políticos, de sobra o aun que estorban. Y como los políticos, incomprensiblemente, poseen mucho más peso del que debieran, detrás suele seguirlos la sociedad casi entera. Son tiempos en los que todo lo artístico y especulativo se considera prescindible, y no son raras las frases del tipo: “Miren, no estamos para refinamientos”, o “Hay cosas más importantes que el teatro, el cine y la música, que acostumbran a necesitar subvenciones”, o “Déjense de los recovecos del alma, que los cuerpos pasan hambre”. Quienes dicen estas cosas olvidan que la literatura y las artes ofrecen también, entre otras riquezas, lecciones para sobrellevar las adversidades, para no perder de vista a los semejantes, para saber cómo relacionarse con ellos en periodos de dificultades, a veces para vencer éstas. Que, cuanto más refinado y complejo el espíritu, cuanto más experimentado (y nada nos surte de experiencias, concentradas y bien explicadas, como las ficciones), de más recursos dispone para afrontar las desgracias y también las penurias. Que no es desdeñable verse reflejado y acompañado –verse “interpretado”– por quienes nos precedieron, aunque sean seres imaginarios, nacidos de las mentes más preclaras y expresivas que por el mundo han pasado. Casi todos los avatares posibles de una existencia están contenidos en las novelas; casi todos los sentimientos en las poesías; casi todos los pensamientos en la filosofía. Nuestros primitivistas políticos tachan de inútiles estos saberes, y hasta los destierran de la enseñanza. Y sin embargo constituyen el mejor aprendizaje de la vida, lo que nos permite “reconocer” a cada instante lo que nos está sucediendo y aquello por lo que atravesamos. Aunque sea no tener qué llevar a casa para alimentar a los hijos. También esa desesperación se entiende mejor si unos versos o un relato nos la han dado ya a conocer, y nos han preparado para ella. Sí, no se desprecie: sólo imaginativamente. O nada menos.

viernes, 16 de mayo de 2014

LAS CUATRO HISTORIAS DE BORGES

Ahora que terminamos el tema de la narrativa hispanoamericana viene a cuento este texto de Jorge Luis Borges (de El oro de los tigres) en el que reflexiona sobre su idea de que "hay pocos argumentos posibles" y que todas las historias pueden resumirse en cuatro. Así, los autores cuentan de formas diferentes, a lo largo del tiempo, esas cuatro historias que concreta en "Los cuatro ciclos". Este es un texto, como todos los de Borges, muy sugerente por lo que dice y por cómo lo dice.
Fresco con instrumentos de escritura de Pompeya. Siglo I de nuestra era

LOS CUATRO CICLOS
Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al hierro y al fuego y que su batalla es inútil; el más famoso de los agresores, Aquiles, sabe que su destino es morir antes de la victoria. Los siglos fueron agregando elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron, era una hermosa nube, una sombra; se dijo que el gran caballo hueco en el que se ocultaron los griegos era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce, dejó esta línea que anda por mi memoria: The borgh brittened and brent to brondes and aske [1]. Dante Gabriel Rossetti imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el cisne que era un dios.

Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso. El de Ulises, que, al cabo de diez años de errar por mares peligrosos y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Ítaca; el de las divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la ven surgir del mar, verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas de ajedrez con que antes jugaron.

La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan montañas y mares y ven la cara de su Dios, el Simurg, que es cada uno de ellos y todos. En el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas manzanas de oro; alguien, al fin, merecía la conquista del Grial. Ahora, la busca está condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena lo deshace; los héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres de valor y de fe que ya el happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.

La última historia es la del sacrificio de un dios. Attis, en Frigia, se mutila y se mata; Odín, sacrificando a Odín, Él mismo a Sí Mismo, pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo es crucificado por los romanos.       
                            
Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.                                                    


[1] “El verso en inglés medio quiere decir La fortaleza rota y reducida a incendio y cenizas. Pertenece al admirable poema aliterativo Sir Gawain and the Green Knight, que guarda la primitiva música del sajón, aunque fue compuesto siglos después de la conquista que dirigió Guillermo el Bastardo” [Nota del autor].

viernes, 9 de mayo de 2014

VARGAS LLOSA PRESENTA "LOS CACHORROS"

En 1979, años después de la publicación de Los cachorros (1967), Vargas Llosa escribió un prólogo para la edición definitiva de Los jefes y Los cachorros en la edtorial Seix Barral. 
Transcribo la parte en que se centra en la novela que leemos y estudiamos estos días en clase. Los apuntes del autor sobre el proceso de creación de la novela, el origen del argumento, la conquista de la voz plural que cuenta el relato y las interpretaciones a que ha dado lugar la obra, son interesantísimos.

También el “barrio” [el de Miraflores, como en Los jefes] es el tema de Los cachorros. Pero este relato no es pecado de juventud, sino algo que escribí de adulto, en 1965, en París. Digo escribí y mejor sería decir reescribí, porque hice por lo menos una docena de versiones de la historia, que nunca salía. Me rondaba la cabeza desde que leí, en un diario, que un perro había emasculado a un recién nacido, en un pueblecito de los Andes. Desde entonces, soñaba con un relato sobre esta curiosa herida que, a diferencia de las otras, el tiempo iría abriendo en vez de cerrar. A la vez, le daba vueltas a una novela corta sobre un “barrio”: su personalidad, sus mitos, su liturgia. Cuando decidí fundir los dos proyectos, comenzaron los problemas. ¿Quién iba a narrar la historia del niño mutilado? El “barrio”. ¿Cómo conseguir que el narrador colectivo no borrara a las diversas bocas que hablaban por la suya? A fuerza de romper papeles, poco a poco fue perfilándose esa voz plural que se deshace en voces individuales y rehace de nuevo en una que expresa a todo el grupo. Quería que Los cachorros fuese una historia más cantada que contada y, por eso, cada sílaba está elegida tanto por razones musicales como narrativas; no sé por qué, sentía que, en este caso, la verosimilitud dependía de que el lector tuviera la impresión de estar oyendo, no leyendo: la historia debía entrarle por los oídos. Estos problemas, digamos técnicos, fueron los que me absorbieron. Mi sorpresa fue la variedad de interpretaciones que merecerían las desventuras de Pichula Cuéllar: parábola sobre la impotencia de una clase social, castración del artista en el mundo subdesarrollado, paráfrasis de la afasia provocada en los jóvenes por la cultura de la tira cómica, metáfora de mi propia ineptitud de narrador. ¿Por qué no?
Cualquiera puede ser cierta. Una cosa que he aprendido, escribiendo, es que en este quehacer nunca nada está del todo claro: la verdad es mentira y la mentira verdad y nadie sabe para quién trabaja. Lo seguro es que la literatura no resuelve problemas —más bien los crea— y que en vez de felices hace a las gentes más aptas para la infelicidad. Así y todo, ella es mi manera de vivir y no la cambiaría por otra.




[Las fotografías que acompañan esta entrada son de Xavier Miserachs y son el resultado del encargo que le hizo la editorial Tusquets para ilustrar Los cachorros, ambientada en el barrio de Miraflores de Lima, con imágenes de Barcelona. Dos ciudades y dos mundos distintos que se complementan perfectamente]


jueves, 8 de mayo de 2014

VARGAS LLOSA: "LA LITERATURA ES FUEGO"

Vargas Llosa recibe el Premio Rómulo 
Gallegos de manos del autor venezolano
que dio nombre al premio
En 1967, el año de publicación de Los cachorros, Vargas Llosa recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos por su novela La casa verde (1966). En el acto de entrega del premio el autor peruano leyó un discurso, del que extraigo la parte central, en el que nos habla de la literatura en Hispanoamérica, de su consideración social y del papel del escritor en esa sociedad cambiante de los años sesenta del siglo pasado (con el influjo permanente de la revolución cubana), en el momento en el que se consolidaba el fenómeno del boom, que significó el descubrimiento en España y en Europa de una portentosa narrativa procedente de Hispanoamérica, que abría nuevos caminos en los géneros de la novela y del cuento.

Como regla general, el escritor latinoamericano ha vivido y escrito en condiciones excepcionalmente difíciles, porque nuestras sociedades habían montado un frío, casi perfecto mecanismo para desalentar y matar en él la vocación. Esa vocación, además de hermosa, es absorbente y tiránica, y reclama de sus adeptos una entrega total. ¿Cómo hubieran podido hacer de la literatura un destino excluyente, una militancia, quienes vivían rodeados de gentes que, en su mayoría, no sabían leer o no podían comprar libros, y en su minoría, no les daba la gana de leer? Sin editores, sin lectores, sin un ambiente cultural que lo azuzara y exigiera, el escritor latinoamericano ha sido un hombre que libraba batallas sabiendo desde un principio que sería vencido. Su vocación no era admirada por la sociedad, apenas tolerada; no le daba de vivir, hacía de él un productor disminuido y ad-honorem. El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba, contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal. Por eso nuestros escritores se han frustrado por docenas, y han desertado su vocación, o la han traicionado, sirviéndola a medias y a escondidas, sin porfía y sin rigor.

Pero es cierto que en los últimos años las cosas empiezan a cambiar. Lentamente se insinúa en nuestros países un clima más hospitalario para la literatura. Los círculos de lectores comienzan a crecer, las burguesías descubren que los libros importan, que los escritores son algo más que locos benignos, que ellos tienen una función que cumplir entre los hombres. Pero entonces, a medida que comience a hacerse justicia el escritor latinoamericano, o más bien, a medida que comience a rectificarse la injusticia que ha pesado sobre él, una amenaza puede surgir, un peligro endiabladamente sutil. Las mismas sociedades que exilaron y rechazaron al escritor, pueden pensar ahora que conviene asimilarlo, integrarlo, conferirle una especie de estatuto oficial. Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.

Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad. Ella contribuye al perfeccionamiento humano impidiendo el marasmo espiritual, la autosatisfacción, el inmovilismo, la parálisis humana, el reblandecimiento intelectual o moral. Su misión es agitar, inquietar, alarmar, mantener a los hombres en una constante insatisfacción de sí mismos: su función es estimular sin tregua la voluntad de cambio y de mejora, aun cuando para ello daba emplear las armas más hirientes y nocivas. Es preciso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.

La realidad americana, claro está, ofrece al escritor un verdadero festín de razones para ser un insumiso y vivir descontento. Sociedades donde la injusticia es ley, paraíso de ignorancia, de explotación, de desigualdades cegadoras de miseria, de condenación económica cultural y moral, nuestras tierras tumultuosas nos suministran materiales suntuosos, ejemplares, para mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños, testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha, que la vida debe cambiar. Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros paises como ahora a Cuba la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror. Pero cuando las injusticias sociales desaparezcan, de ningún modo habrá llegado para el escritor la hora del consentimiento, la subordinación o la complicidad oficial. Su misión seguirá, deberá seguir siendo la misma; cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad, y por el camino que nos precipiten nuestros fantasmas y demonios personales, tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuesto derecho a disentir, mostrando, de esa manera viviente y mágica como sólo la literatura puede hacerlo, que el dogma, la censura, la arbitrariedad son también enemigos mortales del progreso y de la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no siempre es liso y recto, sino a menudo tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros una y otra vez la esencial complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos. Como ayer, como ahora, si amamos nuestra vocación, tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía, aunque, como a él, nos derroten en todas.

Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo. No sé si está bien o si está mal, sólo sé que es así. Esta es la condición del escritor y debemos reivindicarla tal como es. En estos años en que comienza a descubrir, aceptar y auspiciar la literatura, América Latina debe saber, también, la amenaza que se cierne sobre ella, el duro precio que tendrá que pagar por la cultura. Nuestras sociedades deben estar alertadas: rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos.

lunes, 5 de mayo de 2014

DELIBES HABLA SOBRE "LOS SANTOS INOCENTES"

Delibes (en el centro), en el rodaje de la versión
cinematográfica de Los santos inocentes,
acompañado por Juan Diego y Alfredo Landa
Miguel Delibes siempre consideró Los santos inocentes como su mejor novela en conjunto, la que mejor se ceñía a su concepto ideal del género. En una ocasión la describió como "mitad poética, mitad tremenda". En diferentes declaraciones desarrolló estos dos calificativos más profundamente. 
En una entrevista, preguntado sobre la peculiar puntuación del texto, afirmó: "la novela la concebí de una manera poemática y creo que de esta forma, al no emplear puntos, cumple mejor la misión que me propuse". La novela adopta la forma de poema que fluye ininterrumpidamente en cada una de las secciones que lo forman, como un rezo o una salmodia, con el rumor de una larga confidencia, "como una cantata", como dijo el propio Delibes. Domingo Ródenas señala todos los recursos de los que se vale el novelista para crear lo que el crítico literario llama contextura lírico-poemática: la labor estilística, la concentración y contención en los medios expresivos, la capacidad de alusión o de elusión según los casos, la preponderancia de la descripción sobre la narración y de la emoción sobre la acción, la continua aparición de sentimientos, desde los más delicados y tiernos hasta los más exaltados y violentos; el empleo de recursos propios del lenguaje poético (en especial, las repeticiones en sus diferentes formas); y la música de las palabras y el ritmo marcado por una sintaxis y un fraseo coloquiales, aderezados de giros y expresiones propias de la lengua oral, y remarcado por el empleo caprichoso de signos de puntuación en el texto.
En una nota que sirvió de prólogo a una edición de Los santos inocentes, Delibes habla sobre la versión cinematográfica que hizo de la novela Mario Camus y apuntilla acerca del contenido tremendo y la intención de su obra: "Aunque mi novela Los santos inocentes se ha vendido por cientos de miles de ejemplares, ha sido la película de Mario Camus del mismo título, la que hecho llegar esta triste historia a los últimos rincones del país. La situación de sumisión e injusticia que el libro plantea, propia de los años 60, y la subsiguiente “rebelión del inocente” ha inducido a algunos a atribuir a la novela una motivación política, cosa que no es cierta. No hay política en este libro. Sucede, simplemente, que este problema de vasallaje y entrega resignada de los humildes subleva tanto –por no decir más– a una conciencia cristiana como a un militante marxista. Afortunadamente, creo, estas reminiscencias feudales van poco a poco quedando atrás en nuestra historia".

LA CRÍTICA LITERARIA ANTE "LOS SANTOS INOCENTES" DE DELIBES

Recojo a continuación dos fragmentos de estudios críticos sobre Los santos inocentes de Miguel Delibes que completan la guía de lectura comentada en clase y aportan nuevas miradas en torno a la novela. Uno de los principales valores de la crítica literaria es este, el de proporcionar a los lectores visiones nuevas que les ayuden a profundizar en el sentido último de las obras.

Manuel Alvar, en El mundo novelesco de Miguel Delibes, subraya el protagonismo individual de Azarías en la novela y la semejanza de su enunciación (o forma de narrar la historia) con el cuento infantil.

Este mundo de Azarías tiene su mucho de infantil; el retrasado mental no ha superado la niñez: cree que, orinándose en las manos, no se abren grietas; que Irineo, el hermanillo muerto, se le aparece; que cuenta saltando del once al cuarenta y tres... Y el relato gira en torno a este hombre. Delibes nos cuenta, no una novela social (aunque lo sea), no la crueldad del hombre para con el hombre (aunque la haya), no un mundo maniqueo (aunque bien patente esté), lo que nos cuenta es un pedazo de vida de un hombre desgraciado. Y entonces la única manera de ser realista es introducirnos en ese mundo poblado por seres inocentes y hacérnoslo vivir desde su interior. Y narra cómo Azarías contaría sus horas sentado en la tajuela del hogaril. Es un cuento infantil que camina resollando, sin apoyos ortográficos: coma, punto y coma, pero ni un solo punto, ni unas comillas para los textos reproducidos. Sólo unos blancos que son del impresor, no del hombre que está narrando a los niños, porque en la conversación tampoco hay blancos. Y como en los cuentos infantiles, onomatopeyas, repeticiones continuadas, el bueno y el malo muy bien definidos.

Gregorio Torres Nebrera, en "Arcadia amenazada": modulaciones sobre un tema en la narrativa de Miguel Delibes, marca el antagonismo entre las víctimas inocentes y el conglomerado de los poderosos simbolizado en el señorito Iván.

Desde una construcción narrativa minuciosamente cuidada, Delibes intensifica en Los santos inocentes -hasta conseguir un excelente ejemplo de fábula moral- el elenco de amenazas -físicas y psíquicas- que la Arcadia padece, y la lucha soterrada de la mansedumbre para sobrevivir en un mínimo de dignidad y de azules horizontes no envenenados por la muerte y el egoísmo. Sobre el tríptico de inocentes víctimas Azarías-grajilla-niña chica, Delibes ha construido un retablo en el que se amontonan, de un lado, el ridículo de aristócratas y ministros, la silenciosa complicidad de un obispo, el vergonzante servilismo de un administrador y la inmoral actitud de una mujer entregada al mejor postor: una inmoralidad por acción o por omisión, que tiñe a todo el grupo de los "propietarios" sometidos -como punibles marionetas de coro- a la voluntad de un "señorito Iván" que no se arredra ante el sarcasmo y el desprecio con  el que se acoge el interés de la adolescente Nieves por tomar la comunión; que se jacta hipócritamente de una ridícula "educación de adultos" que no pasa del garrapateo del nombre para firmar abusivos salarios de miseria; que está acostumbrado a comprar trabajo y obediencia sin resistencia alguna; que no se responsabiliza ni se solidariza con el dolor del semejante, si empieza a considerarlo -a priori- su inferior y si ello, además, supone un serio inconveniente para su lucimiento y su holgorio; que desprecia -por último, y desde su indeseable sistema de valores- el valor supremo de una grajeta ("carroña de esa es la que sobra en el cortijo" es lo único que se le ocurre razonar para justificar el tremendo desgarro que ha producido en la Arcadia particular de Azarías).

[Las referencias de estos estudios están tomadas de la edición de la novela realizada por Domingo Ródenas para la editorial Crítica]