Ahora que terminamos el tema de la narrativa hispanoamericana viene a cuento este texto de Jorge Luis Borges (de El oro de los tigres) en el que reflexiona sobre su idea de que "hay pocos argumentos posibles" y que todas las historias pueden resumirse en cuatro. Así, los autores cuentan de formas diferentes, a lo largo del tiempo, esas cuatro historias que concreta en "Los cuatro ciclos". Este es un texto, como todos los de Borges, muy sugerente por lo que dice y por cómo lo dice.
Fresco con instrumentos de escritura de Pompeya. Siglo I de nuestra era |
LOS CUATRO CICLOS
Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la
de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Los defensores
saben que la ciudad será entregada al hierro y al fuego y que su batalla es
inútil; el más famoso de los agresores, Aquiles, sabe que su destino es morir
antes de la victoria. Los siglos fueron agregando elementos de magia. Se dijo
que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron, era una hermosa nube,
una sombra; se dijo que el gran caballo hueco en el que se ocultaron los
griegos era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer poeta que
refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce, dejó esta línea que anda por
mi memoria: The borgh brittened and brent
to brondes and aske [1]. Dante Gabriel Rossetti imaginaría que la suerte de
Troya quedó sellada en aquel instante en que Paris arde en amor de Helena;
Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el cisne que era un dios.
Otra, que se vincula a la primera, es la de un
regreso. El de Ulises, que, al cabo de diez años de errar por mares peligrosos
y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Ítaca; el de las
divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la ven surgir del mar,
verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas de ajedrez con que
antes jugaron.
La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan montañas y mares y ven la cara de su Dios, el Simurg, que es cada uno de ellos y todos. En el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas manzanas de oro; alguien, al fin, merecía la conquista del Grial. Ahora, la busca está condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena lo deshace; los héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres de valor y de fe que ya el happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.
La última historia es la del sacrificio de un dios.
Attis, en Frigia, se mutila y se mata; Odín, sacrificando a Odín, Él mismo a Sí
Mismo, pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo es
crucificado por los romanos.
Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos
queda seguiremos narrándolas, transformadas.
[1] “El verso
en inglés medio quiere decir La fortaleza
rota y reducida a incendio y cenizas. Pertenece al admirable poema
aliterativo Sir Gawain and the Green Knight, que guarda la primitiva música del
sajón, aunque fue compuesto siglos después de la conquista que dirigió
Guillermo el Bastardo” [Nota del autor].
No hay comentarios:
Publicar un comentario