En la introducción del libro Carmen Estirado comenta el objetivo de su obra.
Este libro parte de la premisa que en España hubo una guerra civil, una dictadura de 36 años y una censura selectiva y muy consciente en esa recuperación de la historia perdida. Se decidió callar a cada una de las mujeres que despuntaron en esta parte de la etapa grandiosa donde reinaban las libertades y las mujeres estaban cuestionando conceptos tan adelantados a su época —incluso a la nuestra— como el amor libre, el control de la natalidad o si era legítimo que las monjas no tuvieran derecho a tener hijos.
[…] ¿Por qué recuperarlas? ¿Por qué ahora? Porque hasta ahora no nos habíamos dado cuenta de este robo. Porque cuando estudié la generación del 98 no cuestioné ni un segundo que mi biblioteca estuviera solo formada por escritores. Ni un ápice de desconfianza. Ni un pestañeo. Así lo contaban los libros. Pero es que entonces no había test de Bechdel, ni gafas moradas, ni un nosotras paramos, ni se habían recuperado a las Sin Sombrero. La información venía de enciclopedias y profesores que repetían una y otra vez en cada escuela de España que en 1492 Cristóbal Colón conquistó América y que la generación del 98, los héroes que revolucionaron el mundo con una nueva forma de narrar, estaba formada solo por escritores. […]
Debemos una disculpa a aquellas mujeres que marcaron el pensamiento de nuestras abuelas, de nuestras madres y de nosotras mismas. Aquellas que lucharon por implantar nuevos derechos para las mujeres, esos que nos han ido enseñando remiendo a remiendo, bajo un manto de miedo y desesperanza. Ellas fueron las madres del feminismo en España. Madre en su más amplia definición. Madre en forma de lenguaje. De pensamiento. Madre en forma de ideas. En forma de madres. Ellas. Creadoras de palabras y de derechos. […] Estas son algunas de las mujeres cuyos nombres no pasaron a la historia sencilla y complejamente por el hecho de ser mujeres. Estos son algunos nombres que no se incluyen en los libros de historia y literatura. Tenemos la obligación moral de recuperarlas. De repasar su pensamiento y repensar el nuestro. De hacerlo llegar a nuestros hijos. Ha llegado la hora de despatriarcalizar nuestras bibliotecas. De lo contrario, ahora que sabemos que sí que existieron, sería como seguir quemando su obra, como si, una vez más, estuviésemos consistiendo que ellas —nuestras madres— fuesen tratadas como brujas.
El caso de María Lejárraga y su falta de
reconocimiento es paradigmático. Ilustra perfectamente el proceso de invisibilización de la mujer en la historia de las artes y de la literatura. Así lo relata Carmen Estirado en las páginas de su libro.
María firmó prácticamente toda su obra bajo el nombre de Gregorio Martínez Sierra, quien recibió todo el éxito y la remuneración por sus trabajos. Ella lo hizo público en México en 1953 cuando publicó Gregorio y yo: medio siglo de colaboración, seis años después de la muerte de este, cuando se vio obligada a nacer de nuevo. Su seudónimo había fallecido y, por tanto, quedaba incapacitado para escribir. A él va referida la dedicatoria: «A la Sombra que acaso habrá venido —como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos con que mirar— a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba escribiendo». Como todos los dilemas complejos, y más si esconden tintes de género, las razones por las que María empezó a usar el nombre de su marido son muchas: poco apoyo familiar que la desalentaba a seguir escribiendo, profesión elegida, la de maestra, nada acorde con la de exponer las luces y sombras del alma humana... pero, entre ellas, sobresale el amor romántico. «La razón más poderosa», reconoce. «Fue romanticismo de enamorada. Casada, joven y feliz, acometiome ese orgullo de humildad que domina a toda mujer cuando quiere de veras a un hombre [...]», cuenta en este texto que fue incluido en las listas de libros prohibidos por la dictadura. La confesión la hace en una época sosegada y bien entrada la vejez, en Buenos Aires, tan alejada de la que fue la madre patria que la viera nacer, con una libertad que podemos entender casi plena, la de una mujer que había conquistado el mundo masculino de las cortes, de la literatura y del teatro y que había dedicado parte de su vida a la expansión del feminismo. El libro, por supuesto, supuso muchas críticas hacia María por parte de señores que veían en el texto un intento poco decoroso de manchar el nombre de su marido, quien la había engañado más de media vida con la actriz principal de la compañía de teatro que erigió el matrimonio, Catalina Bárcena.
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