CURSO

sábado, 29 de agosto de 2020

CHARLIE PARKER VISTO POR JULIO CORTÁZAR EN «EL PERSEGUIDOR»

«Esto lo estoy tocando mañana»

Y, a pesar de que en la entrada del pasado 30 de junio me despedí de todos hasta septiembre, he decidido publicar dos entradas en los meses de verano por diversos motivos: la del fallecimiento de  Juan Marsé, para testimoniar mi homenaje a un autor que me ha hecho disfrutar con sus novelas como muy pocos; y la del recuerdo del asesinato de García Lorca para dejar claro que, en estos tiempos tan difíciles en los que estamos viviendo, la memoria y la reivindicación de la justicia son principios de los que no se puede renegar, aun cuando estemos bombardeados por falsas noticias, por mentiras interesadas  o por apologías de regímenes fascistas.

Y ahora escribo la tercera (y última del verano) para recordar la figura de uno de los grandes músicos del siglo XX, Charlie Parker, en el centenario de su nacimiento, que ha pasado bastante desapercibido en los medios informativos de nuestro país. El genial e inclasificable saxofonista de jazz es uno de esos músicos que, además de en sus grabaciones, también ha seguido viviendo en la literatura por su búsqueda de una expresión artística libre y rompedora con todas las reglas existentes hasta la primera mitad del siglo XX.

Los autores estadounidenses de la generación beat, como Ginsberg, Burroughs o Kerouac, vieron en Charlie Parker el modelo para conquistar una lengua literaria nueva y libre. Pero será Julio Cortázar, gran enamorado y conocedor del jazz, quien dedique al genial músico uno de esos cuentos, El perseguidor, que uno puede leer cuantas veces quiera porque siempre descubre en la figura de su protagonista, Johny Carter, el trasunto de Charlie Parker, ideas, revelaciones y reflexiones sugerentes sobre el arte, la existencia, el espacio y el tiempo.

Os dejo un fragmento de este extraordinario cuento en el que se aprecia algo de todo esto. El narrador, Bruno, crítico de jazz y biógrafo del músico, relata al principio del cuento un encuentro entre ambos a través del cual vamos conociendo al genial Johnny, inconformista e inadaptado, que busca en su música el sentido último de la existencia.

Entonces he sacado el frasco de ron y ha sido como si encendiéramos la luz, porque Johnny ha abierto de par en par la boca, maravillado, y sus dientes se han puesto a brillar, y hasta Dédée ha tenido que sonreírse al verlo tan asombrado y contento. El ron con el nescafé no estaba mal del todo, y los tres nos hemos sentido mucho mejor después del segundo trago y de un cigarrillo. Ya para entonces he advertido que Johnny se retraía poco a poco y que seguía haciendo alusiones al tiempo, un tema que le preocupa desde que lo conozco. He visto pocos hombres tan preocupados por todo lo que se refiere al tiempo. Es una manía, la peor de sus manías, que son tantas. Pero él la despliega y la explica con una gracia que pocos pueden resistir. Me he acordado de un ensayo antes de una grabación, en Cincinnati, y esto era mucho antes de venir a París, en el cuarenta y nueve o el cincuenta. Johnny estaba en gran forma en esos días, y yo había ido al ensayo nada más que para escucharlo a él y también a Miles Davis. Todos tenían ganas de tocar, estaban contentos, andaban bien vestidos (de esto me acuerdo quizá por contraste, por lo mal vestido y lo sucio que anda ahora Johnny), tocaban con gusto, sin ninguna impaciencia, y el técnico de sonido hacia señales de contento detrás de su ventanilla, como un babuino satisfecho. Y justamente en ese momento, cuando Johnny estaba como perdido en su alegría, de golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: "Esto lo estoy tocando mañana", y los muchachos se quedaron cortados, apenas dos o tres siguieron unos compases, como un tren que tarda en frenar, y Johnny se golpeaba la frente y repetía: "Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana", y no lo podían hacer salir de eso, y a partir de entonces todo anduvo mal, Johnny tocaba sin ganas y deseando irse (a drogarse otra vez, dijo el técnico de sonido muerto de rabia), y cuando lo vi salir, tambaleándose y con la cara cenicienta, me pregunté si eso iba a durar todavía mucho tiempo.

Además de la invitación a la lectura del cuento, os propongo una invitación a la música de Charlie Parker con tres de sus grabaciones que deseo que formen también parte de la banda sonora de la vida de los lectores del blog como forman parte de la mía.

Seguro que con esta doble invitación afrontamos con más fuerzas el inicio de este curso que se nos viene encima repleto de incertidumbres.

martes, 18 de agosto de 2020

EL CRIMEN FUE EN GRANADA: EN MEMORIA DE FEDERICO GARCÍA LORCA

 Tal día como hoy, hace ochenta y cuatro años, fue asesinado uno de los mayores poetas y dramaturgos de nuestra literatura, Federico García Lorca. Recordamos su figura y su obra con la elegía que compuso en su honor otro de nuestros grandes poetas, Antonio Machado.

Sirva esta entrada como recordatorio del autor de Romancero gitano, Poeta en Nueva York, Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba, y de las circunstancias de su muerte (un asesinato, un crimen cometido por los partidarios del bando franquista motivado por sus ideas políticas y su condición sexual) y del oprobio y la vergüenza de un país que todavía hoy, como en el caso de García Lorca, no ha exhumado a miles de sus compatriotas que yacen en las cunetas y las fosas repartidas por todo su territorio para darles un digno entierro.

EL CRIMEN FUE EN GRANADA

I. El crimen

Se le vio, caminando entre fusiles,

por una calle larga,

salir al campo frío,

aún con estrellas de la madrugada.

Mataron a Federico

cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos

no osó mirarle la cara.

Todos cerraron los ojos;

rezaron: ¡ni Dios te salva!

Muerto cayó Federico

—sangre en la frente y plomo en las entrañas—

… Que fue en Granada el crimen

sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.

 

II. El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,

sin miedo a su guadaña.

—Ya el sol en torre y torre, los martillos

en yunque— yunque y yunque de las fraguas.

Hablaba Federico,

requebrando a la muerte. Ella escuchaba.

«Porque ayer en mi verso, compañera,

sonaba el golpe de tus secas palmas,

y diste el hielo a mi cantar, y el filo

a mi tragedia de tu hoz de plata,

te cantaré la carne que no tienes,

los ojos que te faltan,

tus cabellos que el viento sacudía,

los rojos labios donde te besaban…

Hoy como ayer, gitana, muerte mía,

qué bien contigo a solas,

por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»

 

III.

Se le vio caminar…

                                      Labrad, amigos,

de piedra y sueño en el Alhambra,

un túmulo al poeta,

sobre una fuente donde llore el agua,

y eternamente diga:

el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!