He recibido,
como todos los docentes de la comunidad autónoma de Aragón, la carta de final
de curso del Consejero de Educación en la que agradece el papel jugado por los
profesores en este curso inédito e insólito. Y, como docente, no voy a desdeñar el agradecimiento,
pero sí le diré que lo que esperaban los maestros y profesores era algo
diferente: el reconocimiento efectivo de su labor docente, por un lado, y propuestas, planes e iniciativas para una
mejora en la calidad de la enseñanza, por otro.
La
pandemia ha dejado al aire muchas de las carencias que hemos sufrido en los
últimos tiempos en el ámbito educativo. La autonomía de los centros no debe
esconder la falta de un proyecto claro en materia educativa en Aragón,
consensuado con todos los actores y no impuesto a cualquier precio. Dignificar
la labor de los docentes debe significar, por ejemplo, recuperar condiciones de
trabajo como las dieciocho horas lectivas semanales o la reducción de jornada a
los mayores de 55 años, medidas que otras comunidades han impulsado ya desde
hace varios cursos.
La
labor docente debe realizarse en condiciones óptimas para que pueda alcanzar a todos
los alumnos y en especial a los vulnerables y a los vulnerados. Para ello la
bajada de las ratios en todos los niveles educativos y el aumento de las
plantillas de profesorado se hacen imprescindibles. Solo de esta forma se puede
llegar a la atención individualizada y permanente de los alumnos. La inversión
en educación es vital si nos guía verdaderamente el propósito de mejorar la
atención de estos alumnos con más necesidades, que se han visto más
desamparados todavía en la situación vivida durante el estado de alarma.
La
Administración debe abanderar las propuestas, iniciativas y planes que nos
preparen para las nuevas situaciones que puedan darse en el futuro próximo. No
puede responder con tardanza y con falta de concreción ante los nuevos retos. En
pleno siglo XXI los centros educativos públicos adolecen de una falta sangrante
de medios y, en especial, los relacionados con los medios informáticos. Responder
ahora con una nueva plataforma educativa, cuando muchos centros han trabajado
desde hace varios cursos con las ya existentes, algunas muy rodadas y
contrastadas, es revelador de esa falta de reflejos. Si a esto se suma la
desconfianza acerca de cómo se han pilotado y desarrollado otras plataformas,
como sigad, los docentes no podemos sino mostrarnos una vez más escépticos. Las
nuevas tecnologías, que ya no lo son tanto, no han entrado todavía en los
colegios e institutos de nuestra comunidad con la fuerza que reclaman los
tiempos en que vivimos.
Los
cambios que los docentes hemos ido aplicando en estos meses de confinamiento
han sido mucho más rápidos. Hemos mostrado la capacidad de flexibilidad y
adaptación de nuestra labor a unas nuevas circunstancias en un tiempo récord.
Estos cambios han nacido de los propios profesionales, sin ningún tipo de
aliento por parte de los órganos administrativos competentes. Estos cambios han
supuesto que muchos equipos personales (ordenadores, cámaras, teléfonos,
routers, software) se pusieran a disposición de la Administración sin que esta
haya dicho nada de cómo retribuir todo esto hasta la fecha.
Los
planes para el nuevo curso no deben inspirarse en las medidas tomadas en el
estado de alarma. No se puede paralizar el curso académico. Como expresa la
propia palabra en latín «curso» es algo que corre, que fluye, es un recorrido,
es una carrera, y esta no puede detenerse a mediados de marzo, a falta todavía de
un tercio del curso. No se puede trasladar a los alumnos y sus familias que el
sistema no tiene respuesta ante una situación nueva y que no se va avanzar en
algo como es la educación que se sustenta en el desarrollo de las capacidades
del alumno. Es imposible el desarrollo de algo sin nuevos retos o nuevas metas.
No se puede trasladar a los alumnos y sus familias que el sistema no ha fallado proponiendo solo cambios en las
condiciones de promoción y titulación.
La
comunidad educativa sigue esperando. Porque quienes deben llevar la iniciativa
son los responsables del Departamento de Educación que han estado
desaparecidos durante muchos días en
este estado de alarma en que los maestros y profesores hemos desarrollado nuestro
trabajo. Dejar al albur la preparación del nuevo curso sería una falta de responsabilidad
absoluta. Claro que estamos esperanzados con el nuevo curso, pero lo que
esperamos es que se adopten las medidas oportunas con anterioridad y no que
cada profesional vuelva a sacarse las castañas del fuego como pueda y sin
ningún tipo de respaldo de la administración.
Nunca
desdeñaré un agradecimiento, pero lo que esperaba de la Consejería de
Educación de Aragón era quizás algo diferente: propuestas y medidas concretas
que prestigien y faciliten la labor docente y redunden en una mejor calidad en
la educación de nuestros alumnos. En resumidas cuentas, el final de curso repite las mismas carencias y flaquezas de muchos años atrás y deja de ser insólito para convertirse en algo rutinario.
A todos los lectores del blog, feliz verano. Nos volvemos a ver en septiembre.
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