CURSO

jueves, 14 de noviembre de 2019

EL GRITO DE «POETA EN NUEVA YORK»

Volvemos en esta entrada a uno de los libros fundamentales de la poesía española del siglo XX, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Quiero compartir con los lectores del blog en esta ocasión un programa de televisión sobre la obra y una de las grandes odas del libro, «Grito hacia Roma».
En el programa de La mitad invisible de RTVE, Juan Carlos Ortega realiza una acertada aproximación al libro (su génesis, la estancia del poeta en la ciudad de los rascacielos, su fuerza expresiva, su grito contra la injusticia y la deshumanización, sus poemas más representativos, la mirada de los lectores y los críticos,...).
En la oda «Grito hacia Roma», desde la torre del Chrysler Building, el edificio más alto de la ciudad allá por 1929, García Lorca lanza un desgarrador grito contra la insolidaridad y a favor de la justicia, envuelto en una lengua poética caracterizada por la gran fuerza y audacia de sus imágenes alucinantes.

Grito hacia Roma
Desde la torre del Chrysler Building

   Manzanas levemente heridas



por finos espadines de plata,



nubes rasgadas por una mano de coral



que lleva en el dorso una almendra de fuego,



peces de arsénico como tiburones,



tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,



rosas que hieren



y agujas instaladas en los caños de la sangre,



mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos



caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula



que untan de aceite las lenguas militares



donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma



y escupe carbón machacado



rodeado de miles de campanillas.




   Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,



ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,



ni quien abra los linos del reposo,



ni quien llore por las heridas de los elefantes.



No hay más que un millón de herreros



forjando cadenas para los niños que han de venir.



No hay más que un millón de carpinteros



que hacen ataúdes sin cruz.



No hay más que un gentío de lamentos



que se abren las ropas en espera de la bala.



El hombre que desprecia la paloma debía hablar,



debía gritar desnudo entre las columnas,



y ponerse una inyección para adquirir la lepra



y llorar un llanto tan terrible



que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.



Pero el hombre vestido de blanco



ignora el misterio de la espiga,



ignora el gemido de la parturienta,



ignora que Cristo puede dar agua todavía,



ignora que la moneda quema el beso de prodigio



y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.




   Los maestros enseñan a los niños



una luz maravillosa que viene del monte;



pero lo que llega es una reunión de cloacas



donde gritan las oscuras ninfas del cólera.



Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;



pero debajo de las estatuas no hay amor,



no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.



El amor está en las carnes desgarradas por la sed,



en la choza diminuta que lucha con la inundación;



el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,



en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas



y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.



Pero el viejo de las manos traslúcidas



dirá: Amor, amor, amor,



aclamado por millones de moribundos;



dirá: amor, amor, amor,



entre el tisú estremecido de ternura;



dirá: paz, paz, paz,



entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;



dirá: amor, amor, amor,



hasta que se le pongan de plata los labios.




   Mientras tanto, mientras tanto ¡ay!, mientras tanto,



los negros que sacan las escupideras,



los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,



las mujeres ahogadas en aceites minerales,



la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,



ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,



ha de gritar frente a las cúpulas,



ha de gritar loca de fuego,



ha de gritar loca de nieve,



ha de gritar con la cabeza llena de excremento,



ha de gritar como todas las noches juntas,



ha de gritar con voz tan desgarrada



hasta que las ciudades tiemblen como niñas



y rompan las prisiones del aceite y la música,



porque queremos el pan nuestro de cada día,



flor de aliso y perenne ternura desgranada,



porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra



que da sus frutos para todos.


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