CURSO

miércoles, 11 de mayo de 2016

EN EL CENTENARIO DE CAMILO JOSÉ CELA

Camilo José Cela
En el centenario del nacimiento de Camilo José Cela os propongo la lectura de Zoilo Santiso, un escritor tremendista, uno de sus «apuntes carpetovetónicos», «algo así -en palabras del autor- como un agridulce bosquejo entre caricatura y aguafuerte, narrado, dibujado o pintado de un tipo o de un trozo de vida peculiares de un determinado mundo: lo que los geógrafos llaman, casi poéticamente, la España árida». Es una historia sencilla, casi ingenua, que plantea cuestiones de calado acerca de la posición del autor ante la literatura. También parece ironizar sobre el adjetivo «tremendista» que la crítica literaria le puso a su primera novela, La familia de Pascual Duarte.
En estos apuntes, que no son exactamente artículos ni cuentos, se encuentran algunos rasgos característicos de la obra de Cela que ya hemos estudiado en La familia de Pascual Duarte o La colmena: su manejo en la descripción de los personajes, su habilidad en la reproducción de los distintos registros y voces de los personajes, la visión expresionista de la realidad entre la ironía y la amargura,... 
La obra de Cela que tanta pujanza tuvo durante la dictadura franquista parece haber perdido su brillo en nuestros días. En su larga y prolífica trayectoria alternan las luces (Premio Nobel de Literatura en 1989 y Premio Cervantes en 1995) y las sombras (acusado de delator y plagiario en varias ocasiones). En cualquier caso, es muy recomendable la lectura de alguna de sus novelas (además de las ya nombradas, Mazurca para dos muertos fue otra obra maestra del autor) y alguno de sus libros de viajes (como Viaje a la Alcarria).

ZOILO SANTISO, ESCRITOR TREMENDISTA

Zoilo Santiso era un escritor la mar de tremendista. Los padres de familia no dejaban a sus hijas leer los libros de Zoilo Santiso.

-¡Niñas -les decían-, no leer las novelas de Zoilo Santiso, que no son aptas!

Entonces las niñas decían que se iban a dar un paseo por Recoletos, se metían en cualquier librería y se compraban una novela de Zoilo Santiso, que después pasaba de mano en mano, como los partes de guerra del enemigo en las retaguardias donde ya no quedan más que discursos patrióticos y vanas esperanzas.

-¡Quememos los libros de Zoilo Santiso! -decían los muchachitos que no habían leído a Zoilo Santiso, pero que se fiaban del buen criterio de sus mayores-. ¡Guerra a Zoilo Santiso, escritor asqueroso y tremendista! ¡Guerra!

Obra en la que apareció
Zoilo Santiso, escritor tremendista
Zoilo Santiso, en el fondo, era un buen muchacho, o, por lo menos, procuraba serlo. De pequeño había pasado la escarlatina, y desde entonces le habían quedado unos puntos de vista algo diferentes a los de sus tías, las hermanas de mamá y papá.

-Zoilo es bueno -aseguraban sus tías de ambos lados, que no eran excesivamente originales-; lo que pasa es que dice esas cosas que dice sin sentirlas; las dice para parecer mayor.

-¡Pero, mujer, tía -les objetaba algún primo de Zoilo-, si Zoilo ya tiene cerca de cuarenta años!

-¡No importa, no importa! ¡A Zoilo siempre le gustó mucho parecer mayor!

Zoilo Santiso se había hecho escritor tremendista por puro milagro. Esto de los escritores es una cosa muy complicada, y cada cual sale por donde puede o por donde lo dejan. A Zoilo Santiso lo que le hubiera gustado era ser torero o cantor de tangos, pero se hizo escritor porque es más fácil y, además, porque no se necesita arte, ni valor, ni voz, ni sentimiento, ni nada. Para ser escritor no se necesita nada. La prueba es que uno va a los cafés y se los encuentra llenos de escritores escribiendo dramas y artículos, tomando café con leche y haciendo aguas.

Zoilo Santiso se hizo escritor, y después, como no era un «artífice de la palabra», se especializó en el tremendismo, rama en la que por decir las cosas como son, ya se cumple.

-Eso ni es arte ni es nada; eso es ganas de tomar el pelo a la gente -decían algunos lectores de esos que llevan lentes de pinza-; decir las cosas como son está al alcance de cualquiera; el mérito es decirlas finamente.

Zoilo Santiso, que era un hombre humilde, nunca dudó que sus mañas no pudiera tenerlas cualquier hijo de vecino.

«A mí me parece que esto es fácil -pensaba-, que no tiene mayor complicación. ¿Qué se quiere decir «Pepito estaba bebiendo vino»? Pues se dice «Pepito estaba bebiendo vino», y en paz. Lo que sí tiene más mérito sería decir: «El joven Pepe libaba del morado elemento»; lo que pasa es que esto es una estupidez que no se la salta un gitano.»

Zoilo Santiso, a veces, sentía preocupaciones estéticas. Lo que le salvaba es que era corto de alcances, y en cuanto le daba dos vueltas a las cosas en la cabeza, ya ni se entendía.

Zoilo Santiso, a pesar de lo burro que era, tenía muchos enemigos, y algunos escritores pornográficos, cuando llegaron a viejos, le publicaban edificantes articulitos en los papeles diciéndole que había que ser más moral y más decente, y que eso del tremendismo debía ser prohibido como la morfina o la cocaína, pongamos por caso.

El pobre Zoilo Santiso, cuando leía esas cosas, como era presuntuoso de natural, siempre se daba por aludido y pasaba muy malos ratos.

Su señora, para animarlo un poco, le decía:

-No te preocupes, Zoilo querido, cuando se meten contigo señal de que vales; si no valieses nada, no se ocuparían de ti y te dejarían tranquilo, tenlo por seguro.

-Ya, ya; pero, mira, yo preferiría valer algo menos y que no me dijesen esas cosas. ¡Qué quieres! ¡Uno es un espíritu sensible!

Zoilo Santiso, de una vez que quiso escribir unas cuartillas más puestas en razón, le salió semejante barbaridad que no se atrevió ni a publicarlas.

Esto de los estilos es algo bastante misterioso, algo que no se puede remediar ni aunque se quiera. Esto de los estilos es como tener granos.

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