CURSO

jueves, 20 de noviembre de 2014

ANTONIO MACHADO Y LOS POETAS MEDIEVALES

Busto de Antonio Machado,
obra de Pablo Serrano
Si bien Antonio Machado, como todos los poetas modernistas de finales del siglo XIX y principios del XX, leyó y se nutrió de los poetas románticos y simbolistas del siglo XIX, no perdió nunca ocasión de rendir homenaje en sus versos a los poetas medievales españoles que tanto influyeron en su manera de escribir. En sus versos  hay varias referencias a autores y obras principales de nuestra literatura medieval: el Poema de Mio Cid, Gonzalo de Berceo, Jorge Manrique y el Romancero forman parte de sus lecturas más queridas. Comparte esta querencia por los autores medievales con otros autores del 98 que buscaron en Castilla la esencia de España y valoraron la tradición literaria.

La lectura de distintos poemas de Antonio Machado en clase ya nos había alertado de estos gustos literarios. Por ejemplo, leíamos en  «A orillas del Duero» la alusión al Cid, el héroe de la épica castellana, para contrastar la situación de la Castilla de su época con la del pasado:

Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, 
ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia.

En los poemas de Campos de Castilla serán multiples las alusiones al mismo paisaje de Castilla y al espíritu guerrero castellano. De esa conjunción nacerá una de las metáforas bélicas de Antonio Machado que resulta más sugestiva: 
[...]por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria[...]

En el mismo libro de Campos de Castilla dedicará un poema a Gonzalo de Berceo, el primer poeta de nombre conocido de nuestra literartura, autor de la escuela del «mester de clerecía». De él destacará la sencillez de sus palabras, el uso de los versos alejandrinos en la cuaderna vía y la autenticidad de una poesía que emana del corazón.

MIS POETAS
Gonzalo de Berceo

El primero es Gonzalo de Berceo llamado,
Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,
que yendo en romería acaeció en un prado,
y a quien los sabios pintan copiando un pergamino.

Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María,
y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria,
y dijo: Mi dictado non es de juglaría;
escrito lo tenemos; es verdadera historia.

Su verso es dulce y grave; monótonas hileras
de chopos invernales en donde nada brilla;
renglones como surcos en pardas sementeras,
y lejos, las montañas azules de Castilla.

Él nos cuenta el repaire del romeo cansado;
leyendo en santorales y libros de oración,
copiando historias viejas, nos dice su dictado,
mientras le sale afuera la luz del corazón.

A Jorge Manrique, el autor de las Coplas a la muerte de su padre, ya le había dedicado una glosa en Soledades. Las metáforas manriqueñas del río y del mar se convertirán en Antonio Machado en símbolos centrales de su poesía por su expresividad y por su profundidad a la hora de captar el tema del tiempo.

Retrato de Jorge Manrique
por Juan de Borgoña
GLOSA

Nuestras vidas son los ríos,  
que van a dar a la mar, 
que es el morir. ¡Gran cantar!

Entre los poetas míos
tiene Manrique un altar.
Dulce goce de vivir:
mala ciencia del pasar,
ciego huir a la mar.
Tras el pavor del morir
está el placer de llegar.
¡Gran placer!
Mas ¿y el horror de volver?
¡Gran pesar!

En el "Arte poética" de Juan de Mairena, «el poeta del tiempo» apócrifo suyo, también se refirió elogiosamente a Manrique:
Una intensa y profunda impresión del tiempo sólo nos la dan muy contados poetas. En España, por ejemplo, la encontramos en don Jorge Manrique, en el Romancero, en Bécquer, rara vez en nuestros poetas del siglo de oro.

Machado siempre reconoció su amor al Romancero (como hemos visto en la cita anterior) y al romance, suprema expresión de la poesía para él por ser poesía auténtica del pueblo. En el prólogo a Campos de Castilla así lo manifestó:
Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender resucitar el género en su sentido tradicional. La confección de nuevos romances viejos —caballerescos o moriscos— no fue nunca de mi agrado, y toda simulación de arcaísmo me parece ridícula. Cierto que yo aprendí a leer en el Romancero general que compiló mi buen tío don Agustín Durán; pero mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano, al campo de Castilla y al libro primero de Moisés, llamado Génesis.

Sin duda, las lecturas de las obras medievales españolas influyeron en Antonio Machado tanto en los temas como en las formas y nos ayudan a entender mejor las variadas fuentes donde el poeta bebió para crear su propia voz.

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