CURSO

viernes, 26 de marzo de 2021

EL TEATRO BARROCO: UN DÍA DE FIESTA POR LA TARDE

 El escritor costumbrista Juan de Zabaleta dejó un estupendo testimonio de la vida cotidiana en el siglo XVII en El día de fiesta por la mañana (1654) y El día de fiesta por la tarde (1659), como nos recordó la profesora Teresa Otal en la charla con los grupos de 1º de Bachillerato el pasado viernes 19 de marzo. Para conocer el ambiente que precedía al espectáculo teatral valgan estas jugosas líneas que retratan la llegada del protagonista de este cuadro, un holgón, un sinvergüenza amante de las diversiones y de las pendencias, al corral de comedias. Entra sin pagar, busca buen sitio en los bancos del patio, fisga por el vestuario de las actrices y por los asientos de las mujeres, riñe por su sitio,... Es una recreación muy viva y animada del bullicioso ambiente que se daba en las representaciones teatrales de la época, la forma de entretenimiento predilecta de los españoles del Siglo de oro.

Fuente de la ilustración

Come atropelladamente el día de fiesta el que piensa gastar en la comedia aquella tarde: el ansia de tener buen lugar le hace no calentar el lugar en la mesa. Llega a la puerta del teatro, y la primera diligencia que hace es no pagar. La primera desdicha de los comediantes es esta: trabajar mucho para que sólo paguen pocos. Quedárseles veinte personas con tres cuartos no era grande daño, si no fuese consecuencia para que lo hiciesen otros muchos: porque no pagó uno son innumerables los que no pagan. Todos se quieren parecer al privilegiado por parecer dignos del privilegio. Esto se desea con tan grande agonía, que por conseguirlo se riñe, pero en riñendo está conseguido: raro es el que una vez riñó por no pagar que no entre sin pagar de allí adelante. […] Pasa adelante nuestro holgón y llega al que da los lugares en los bancos: pídele uno y el hombre le dice que no le hay, pero que le parece que a uno de los que tiene dados no vendrá su dueño, que aguarde a que salgan las guitarras, y que si entonces estuviere vacío se siente. Quedan de este acuerdo, y él, por aguardar entretenido, se va al vestuario. Halla en él a las mujeres desnudándose de caseras para vestirse de comediantas. Alguna está en tan interiores paños como si se fuera a acostar. Pónese enfrente de una a quien está calzando su criada, porque no vino en silla. Esto no se puede hacer sin muchos desperdicios del recato. Siéntelo la pobre mujer, mas no se atreve a impedirlo, porque como son todos votos en su aprobación no quiere disgustar a ninguno: un silbo, aunque sea injusto, desacredita, porque para el daño ajeno todos creen que es mejor el juicio del que acusa que el suyo. Prosigue la mujer en calzarse, manteniendo la paciencia de ser vista. La más desahogada en las tablas tiene algún encogimiento en el vestuario, porque aquí parecen los desahogos vicio, y allá oficio. No aparta el hombre los ojos de ella. Estos objetos nunca se miran sin grande riesgo del alma. Con mucha sencillez se avecina a la llama la mariposa, pero porque se avecina se quema: por mucha sencillez con que se entregue a estas atenciones un hombre, es menester un prodigio para que no se abrase. El que piensa que va a esto cuando va a entretenerse, sepa que va a grande riesgo de salir muy lastimado.

Asómase a los paños por ver si está vacío el lugar que tiene dudoso, y vele vacío. Parécele que ya no vendrá su dueño, va y siéntase. Apenas se ha sentado cuando viene su dueño y quiere usar de su dominio. El que está sentado lo resiste y ármase una pendencia. Este hombre ¿no salió a holgarse cuando salió de su casa? Pues ¿qué tiene que ver reñir con holgarse? ¡Que haya en el mundo gente tan bárbara que de las holguras haga mohínas! Si no hallaba donde sentarse estuviérase en pie, que menos pesadumbre es estarse en pie tres horas que reñir un instante. Y ya que se sentó, levantárase cuando vino el dueño del lugar, que haberse sentado no es haber adquirido derecho. Si le parece desaire que le vean levantarse por ajena voluntad de donde estaba sentado, mayor desaire es que le vean hacerse dueño de lo que no es suyo. Si el mantener el asiento es por que no les parezca a los que lo miran que es no atreverse a reñir hace mal, porque ¡muy airoso queda el que da a entender que le tiene miedo a la razón! Si se sentó engañado creyendo que no vendría al lugar el dueño, no tiene la culpa de su error el dueño del lugar: quedarse en él sería querer premio por el error: el que tiene la culpa pague la pena. Si le conserva porque todos los que se han sentado en lugar que no es suyo hacen lo mismo, hace una locura, porque no son buenos para ejemplares los desaciertos. Inestimable es la singularidad cuando el estilo común es defectuoso. Un pez hay que tiene las escamas hacia la cabeza: este nada contra la corriente, los demás peces van donde el agua los quiere llevar, y no donde a ellos les conviene ir. Este va, sin hacer caso del agua, adonde le conviene. Es de tan buen sabor, que se holgaran de verle en las mesas más graves. Muy buen sabor hace en los ojos más autorizados el hombre que obra contra el uso común por obrar hacia buena parte. El que no hubiere de errar las acciones ha de tener la facultad de gobernarse encontrada con la de la muchedumbre. Ajústase la diferencia: el que tenía pagado el lugar le cede y siéntase en otro que le dieron los que apaciguaron el enojo. Tarda nuestro hombre en sosegarse poco más que el ruido que levantó la pendencia, y luego mira al puesto de las mujeres —en Madrid se llama «cazuela»—: hace juicio de las caras, vásele la voluntad a la que mejor le ha parecido y hácele con algún recato señas. No es la cazuela lo que vuesa merced entró a ver, señor mío, sino la comedia. Ya van cuatro culpas y aún no se ha empezado el entretenimiento: no es ése buen modo de observarle a Dios la solemnidad de su día. Vuelve la cara a diferentes partes cuando siente que por detrás le tiran de la capa: tuerce el cuerpo por saber lo que aquello es y ve un limero que, metiendo el hombro por entre dos hombres, le dice cerca del oído que aquella señora que está dándose golpes en la rodilla con el abanico dice que se ha holgado mucho de haberle visto tan airoso en la pendencia, que le pague una docena de limas. El hombre mira a la cazuela: ve que es la que le ha contentado; da el dinero que se le pide y envíale a decir que tome todo lo demás de que gustare. ¡Oh, cómo huelen a demonio estas limas! En apartándose el limero piensa en ir aguardar a la salida de la comedia a la mujer y empieza a parecerle que tarda mucho en empezarse la comedia. Habla recio y desabrido en la tardanza, y da ocasión a los mosqueteros, que están debajo de él, a que den priesa a los comediantes con palabras injuriosas. […]

Salen las guitarras, empiézase la comedia y nuestro oyente pone la atención quizá donde no la ha de poner. Suele en las mujeres, en la representación de los pasos amorosos, con el ansia de significar mucho, romper el freno a la moderación y hacer sin este freno algunas acciones demasiadamente vivas.

martes, 23 de marzo de 2021

CONSEJOS PARA LA REDACCIÓN DE UN TEXTO ARGUMENTATIVO


Después de estudiar y leer textos argumentativos, vamos a poner en práctica lo aprendido con la preparación y realización de una argumentación escrita. 

El objetivo de la argumentación es convencer al receptor de una idea (o tesis) que debe defenderse con diferentes razonamientos (o argumentos). Para ello es útil seguir estos consejos:

  • A partir de un tema o asunto de interés para vosotros (ecología, redes sociales, hábitos de salud, política,...) que resulte polémico, hay que optar por una postura concreta (a favor o en contra, por ejemplo, de tal cuestión).
  • Después conviene preparar minuciosamente el contenido de la argumentación consultando diversas fuentes de información (libros de texto, revistas, enciclopedias, Internet,…), teniendo siempre bien claro el propósito de la argumentación.
  • Es conveniente presentar la argumentación con un título sugerente.
  • También es aconsejable presentar al principio, junto al tema, la tesis que se va a defender.
  • Los argumentos que vamos a emplear en la exposición escrita deben ser variados: datos, ejemplos, citas o argumentos de autoridad, experiencia personal, razonamientos lógicos, contrargumentos o refutaciones, comparaciones,... Han de evitarse las falacias, las descalificaciones personales y los prejuicios.
  • El texto debe recoger ordenadamente los argumentos empleados para defender la tesis propia y las refutaciones a aquellos que sostienen ideas contrarias al respecto del tema tratado.
  • Es aconsejable dividir el texto en párrafos. Cada párrafo debe desarrollar al menos un argumento de forma completa.
  • Deben utilizarse diferentes marcadores textuales que ayuden para pasar de un argumento a otro, para estructurar el texto y para estructurar las ideas.
  • Para cerrar la argumentación conviene realizar un resumen breve que corrobore la tesis inicial.
  • Es recomendable utilizar en el texto verbos que expresen opinión como creer, pensar, juzgar, opinar, parecer,… Igualmente deben usarse diferentes marcas de subjetividad (verbos en primera persona, léxico valorativo, connotaciones,…) que ayuden a reforzar el punto de vista personal.
  • También es interesante expresar las ideas con claridad para lo que debe prestarse especial atención a la sintaxis.
  • Es conveniente elaborar primero un borrador. A partir de ahí es más fácil redactar el texto que se va a entregar. Antes de la entrega del texto definitivo hay que someterlo a una nueva revisión para corregir todos los aspectos que sean mejorables: puntuación, ortografía, estructura, vocabulario empleado, sintaxis,…

lunes, 8 de marzo de 2021

EMILIA PARDO BAZÁN, PIONERA DEL FEMINISMO

Emilia Pardo Bazán (archivo de La vanguardia)

Muchos de los artículos y los cuentos de Emilia Pardo Bazán nos muestran a una autora preocupada por la situación de la mujer a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Y, lamentablemente, muchos de ellos siguen siendo actuales. Por ejemplo, ella ya habló  de los «mujericidios» (o feminicidios), del acoso sexual, de la reivindicación del trabajo de la mujer fuera del ámbito doméstico, del derecho al voto de las mujeres y de la discriminación que sufrían en la educación. Algunas de estas  cuestiones están  superadas pero otras están pendientes todavía, más de cien años después de sus escritos. Y, por eso, las seguimos recordando en un día reivindicativo como el de hoy.


La autora gallega muestra en sus cuentos una actitud crítica y feminista ante la los problemas vividos por las mujeres de su tiempo en nuestro país, cuando muy pocos lo hacían. En El indulto nos habla de la situación de las mujeres maltratadas, del terror al maltrato físico, de los errores de la justicia que no ayuda ni protege a las víctimas. En El encaje roto critica la falta de libertad de las mujeres solteras a elegir marido y las actitudes violentas de muchos varones. En Piña denuncia la situación de explotación en la que viven muchas mujeres a manos de sus maridos o tiranos. En La culpable y Tío Terrones critica la presión y la censura de la sociedad patriarcal que castigan a las mujeres que  ponen en entredicho su honra. En La flor seca o La careta rosa retrata cómo las mujeres son controladas obsesivamente por sus maridos. En Feminista critica la desigualdad de derechos entre hombres y mujeres y la violencia característica de la sociedad machista.

Además de los cuentos anteriores, hoy invito a leer Las medias rojas, un relato breve que nos presenta a Ildara, una joven gallega, que no va a poder lograr su sueño de emigrar a América para salir de la pobreza por culpa de la violencia de su padre, reflejo de una sociedad patriarcal. Como señala la profesora María Elena Ojea Fernández en Narrativa feminista en los cuentos de la condesa de Pardo Bazán, las similitudes de este relato con Tristana de Pérez Galdós, son significativas. Ildara y Tristana son víctimas del poder patriarcal, desempeñado, bien por el padre, bien por el marido. El resultado es el mismo: la anulación total de la autoestima femenina y la imposibilidad de realizarse por sí mismas. Tristana acaba coja, Ildara tuerta. No hay futuro para ellas.

Las medias rojas

Cuando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa de merodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de una uña córnea, color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego de las apuradas colillas.

Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda «de las señoritas» y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con la lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en los carrillo dos hoyos como sumideros, grises, entre el azuloso de la descuidada barba.

Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardía mal, soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo ¡bah!, estaba él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase para soplar y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza… Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón…

-¡Ey! ¡Ildara!

-¡Señor padre!

-¿Qué novidá es esa?

-¿Cuál novidá?

-¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade?

Incorporóse la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada, lamedora de la negra panza del pote, alumbró su cara redonda, bonita, de facciones pequeñas, de boca apetecible, de pupilas claras, golosas de vivir.

Las medias rojas de seda de Paul Signac

-Gasto medias, gasto medias -repitió sin amilanarse-. Y si las gasto, no se las debo a ninguén.

-Luego nacen los cuartos en el monte -insistió el tío Clodio con amenazadora sorna.

-¡No nacen!… Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos él… Y con eso merqué las medias.

Una luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en duros párpados, bajo cejas hirsutas, del labrador… Saltó del banco donde estaba escarrancado, y agarrando a su hija por los hombros, la zarandeó brutalmente, arrojándola contra la pared, mientras barbotaba:

-¡Engañosa! ¡engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas que no ponen!

Ildara, apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía la cara con las manos. Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le había sucedido a la Mariola, su prima, señalada por su propia madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos. Y tanto más defendía su belleza, hoy que se acercaba el momento de fundar en ella un sueño de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas entrañas tanto de su parroquia y de las parroquias circunvecinas se habían ido hacia la suerte, hacia lo desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo. El padre no quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente de la esperanza tardía: pues que se quedase él… Ella iría sin falta; ya estaba de acuerdo con el gancho, que le adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le había dado cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas medias… Y el tío Clodio, ladino, sagaz, adivinador o sabedor, sin dejar de tener acorralada y acosada a la moza, repetía:

-Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes…

Y con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego, el rostro, apartando las medrosas manecitas, de forma no alterada aún por el trabajo, con que se escudaba Ildara, trémula. El cachete más violento cayó sobre un ojo, y la rapaza vio como un cielo estrellado, miles de puntos brillantes envueltos en una radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso. Luego, el labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él solo, viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillaba siquiera.

Salió fuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre. Un diente bonito, juvenil, le quedó en la mano. Del ojo lastimado, no veía.

Como que el médico, consultado tarde y de mala gana, según es uso de labriegos, habló de un desprendimiento de la retina, cosa que no entendió la muchacha, pero que consistía… en quedarse tuerta.

Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan, han de ir sanos, válidos, y las mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa…