CUADRO TERCERO
(Sobre el oscuro, JAVIER enciende una cerilla y con ella una
vela. Está inquieto. Se sienta en su petate. Se ve confusamente, durmiendo, al
CABO, a LUIS, a ADOLFO y a ANDRÉS. JAVIER saca un cuadernito, lo pone sobre
las piernas y escribe con un lápiz.)
JAVIER. «Yo, Javier Gadda, soldado de infantería, pido a quien encuentre
mi cadáver haga llegar a mi madre, cuyo nombre y dirección escribo al pie de
esta declaración, las circunstancias que sepa de mi muerte, dulcificándolas a
ser posible en tal medida que, sin faltarse a la verdad, sea la noticia lo
menos dura para ella; así como el lugar en que mis restos reposen. Han pasado
ya quince días desde que ocupamos este puesto. La situación se está haciendo,
de momento en momento, insoportable. La ofensiva no se produce y los nervios
están a punto de saltar. Solamente el cabo permanece inalterable. Mantiene el
horario de guardias y la disciplina. Nos levantamos a las seis de la mañana,
no sé para qué. Seguimos un horario rígido de comidas y de servicio. Nos
obliga a limpiar los equipos y la casa. Tenemos que afeitarnos diariamente y
sacarles brillo a las armas y a las botas. Todo esto es estúpido en cualquier
caso, y más en el nuestro. Estos días me he dado cuenta de la verdad. Parece
que estamos quietos, encerrados en una casa; pero, en realidad, marchamos,
andamos día tras día. Somos una escuadra hacia la muerte. Marchamos
disciplinadamente obedeciendo a la voz de un loco, el cabo Goban.»
(Se remueve ANDRÉS. Enciende una
cerilla y mira la hora en su
reloj. Javier deja de escribir. Andrés bosteza. Se levanta penosamente,
renegando. Ve a Javier.)
ANDRÉS. ¿Qué haces ahí?
JAVIER. Me he desvelado. Estoy
escribiendo una carta.
ANDRÉS. ¿Una carta? ¿Para qué? Aquí no
hay Correo. (Acaba de ponerse el capote. Coge el fusil.) La deliciosa
hora del relevo...
(Sale tambaleándose.
JAVIER se pasa la mano por la frente. Vuelve a escribir.)
JAVIER. «El que encuentre este
cuaderno sepa que he sido un cobarde. Esta es una historia que no me atrevo a
contar a los otros. Cuando me llamaron de filas traté de emboscarme. Desde
entonces tengo ficha de desertor en el Ejército. Luego he sabido ilustrar esa
ficha con varios actos vergonzosos. En la instrucción no me atrevía a lanzar
las bombas de mano. Luego, en acciones de guerra, he palidecido y he llorado
cuando tenía que saltar de la trinchera. Pero lo que no puedo olvidar es que,
un día, en una retirada, cuando hirieron a mi compañero y cayó a mi lado, oí
que me decía: "Vete, vete, déjame"... ¡Como si yo hubiera pensado
en quedarme...! ¡No! ¡Yo no había pensado en detenerme a su lado, en decirle:
¿Quieres algo para tu madre? ¿Qué digo a tu novia? ¡Yo huía, huía como un
loco, frenético... y apenas volví un momento la cabeza para ver a mi
compañero caído de bruces, herido de muerte!»
(Alguien se remueve.
Javier levanta la cabeza. Es el CABO.)
CABO. (Entre sueños, agitadísimo.)
¡Ha sido un accidente! ¡Ha sido un accidente! ¡Yo no he querido hacerlo! ¡Ha
sido un accidente!
(Gime y da vueltas.)
JAVIER. (Vuelve a escribir.) «El
demonio del cabo también tiene algo que olvidar. En realidad, todos estamos
aquí con una culpa en el corazón y un remordimiento en la conciencia. Puede
que éste sea el castigo que nos merezcamos y que, en el momento de morir,
seamos una escuadra de hombres purificados y dignos.»
LUIS. (Desde su colchoneta.)
¡Javier! ¡Javier!
JAVIER. (Levanta la vista del
cuaderno.) ¿Qué hay?
LUIS. (Se queja.) Me encuentro
muy mal.
JAVIER. ¿Quieres algo?
LUIS. No...
JAVIER. Pues trata de dormir.
LUIS. Es que... no puedo...
(Da una vuelta y
queda inmóvil. JAVIER vuelve a fijar la vista en el cuaderno.)
Javier. «A la hora del resumen me
extraña el infame egoísmo que me hizo pensar en sobrevivir cuando estalló la
guerra. Si esta lucha es, como creo, un conflicto infame, yo también lo he
sido tratando de evadirme, aferrándome grotescamente a la vida, como si yo
fuera el único digno de vivir, mientras los demás están dando su sangre,
dando generosa y resignadamente su sangre, limitándose a morir, sin pedir
explicaciones, con generosidad y desinterés. Esta es mi culpa. Este es mi
castigo. Ahora sólo deseo que haya una lucha, que yo me extinga en ella y que
mi espíritu se salve. (Deja de escribir un momento. Por fin.) En el
momento en que voy a firmar esta declaración, pienso en mi madre. Sé que ella
estará despierta y llorando... De eso sí que nadie puede consolarme en el
mundo... Nadie puede enjugar de mis ojos... el llanto de mi madre...»
(Se abre la puerta.
Aparece Pedro. Viene de la guardia.)
PEDRO. ¡El maldito Andrés! Creí que no
llegaba. Me estaba helando de frío. (Se sienta y se frota las manos.)
¿Qué haces?
(JAVIER cierra el
cuaderno.)
JAVIER. (Con voz insegura.)
Estaba... escribiendo una carta.
OSCURO
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