lunes, 26 de noviembre de 2012

EL RITMO DE LAS CANCIONES

Las letras de las canciones que escuchamos hoy, sean del estilo musical que sean, están compuestas aprovechando procedimientos y recursos que ya han utilizado los poetas desde hace muchos siglos.

El ritmo, que es un concepto musical, se puede reforzar también con la especial combinación de los sonidos o de las palabras. Para ello los poetas han empleado tanto las figuras literarias como los recursos de la métrica.

Como estamos estudiando en clase, hay figuras literarias que se basan en la repetición y que buscan principalmente dar al texto musicalidad. Las repeticiones de un mismo sonido (aliteración), de una misma palabra (anáfora, anadiplosis,...) o de una misma estructura sintáctica (paralelismo) dan a los textos una sonoridad y un ritmo especiales.

Los recursos de la métrica también buscan marcar el texto con un ritmo propio. El mismo número de sílabas, las rimas asonantes o consonantes y el uso de estribillos proporcionan un orden armonioso a las palabras de cualquier texto.



Ahora vamos a realizar un breve trabajo sobre el empleo de figuras literarias y de la métrica en una canción moderna escrita en castellano. Así apreciaremos cómo los compositores o letristas siguen aprovechando estos recursos literarios.
Para hacer este trabajo debes seguir las siguientes pautas:
  • Elige una de tus canciones preferidas y cópiala. 
  • Numera todos los versos de la canción.
  • Analiza la métrica de la canción tal y como hemos realizado en clase (número de sílabas de cada verso, tipo de rima, disposición de las rimas,...).
  • Señala las figuras literarias basadas en la repetición que ha utilizado el compositor e indica los valores expresivos que tienen en la canción. Indica en qué versos aparecen las distintas figuras.
  • Comenta si el autor de la canción emplea algunas otras figuras literarias que enriquezan estéticamente el texto. Señala cuáles son estas figuras e indica dónde aparecen.

lunes, 19 de noviembre de 2012

SOBRE LA DESAPARICIÓN DEL SUBJUNTIVO

Desde hace ya unos años se constata en las distintas lenguas románicas cómo el modo subjuntivo va desapareciendo de nuestras conversaciones y de nuestros escritos. Sin duda, es una pérdida muy grave.
El subjuntivo es el modo que nos sirve para expresar las dudas, los deseos, los temores, las posibilidades o las suposiciones. El subjuntivo se usa en construcciones que presentan la acción como impregnada de virtualidad o de afectividad. Es, en definitiva, el modo de lo «no real», de «lo virtual», de lo que está en nuestra mente. Es decir, una posibilidad (lingüística, al menos) de no limitarse a lo objetivo y real.
Para profundizar en la importancia de la existencia de este modo verbal recojo a continuación dos artículos periodísticos, de Vicente Verdú y Graciela Reyes, que nos ayudarán a entender mejor cómo la pérdida del subjuntivo acarreará una mutilación en nuestro lenguaje y en nuestra vida, porque ya el filósofo Ludwig Wittgenstein nos recordó que «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo».

lunes, 12 de noviembre de 2012

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, LA TRAGEDIA DE LA CREACIÓN

Al tratar de Juan Ramón Jiménez, es frecuente hablar de su concepción de la creación poética como parte de un único libro. Se trata de una  obra en marcha, como él la llamó, que le llevó a revisar y corregir sus poemas a lo largo de toda su vida. 
Pero, además, es importante recordar que su  producción poética y prosística fue vastísima. Reproduzco, para testimoniarlo, algunas de las declaraciones que le hizo el poeta, hacia el final de su vida, al crítico Ricardo Gullón para su libro Conversaciones con Juan Ramón (1958):

«He publicado treinta libros, digamos. Pues bien, tengo original inédito para unos ciento cincuenta; muchos de prosa. Tengo montones de original que no puedo ya ni siquiera leer. [...] Tengo una capacidad de creación tan grande y tan sostenida que no me ha dejado tiempo para revisar lo creado. No es que me abstenga de publicar por necesidad de corregir una y otra vez mi obra, como tantas veces se ha dicho, sino que me desborda la produccion de cada día.
Yo pienso en el poema o en el libro mientras lo hago. Después lo mando a la imprenta y cuando vuelve lo deshago materialmente: separo las hojas, para releerlo cuando el tiempo quiera. 
Soy un poetizador y llevo mi poesía conmigo. Y esto sí: quisiera tenerla al día en mi exigencia de cada momento, que es cosa muy distinta a tenerla a la moda. No sé cuantos poemas habré escrito durante toda mi vida: tal vez seis mil, y alrededor de diez mil aforismos. Todos los días alguno, y eso desde mis veinte años.
[...] Tengo cajas enteras de papelitos como estos y ya nunca podré ni siquiera verlos. Es un desastre. Y toda mi vida ha sido igual: he creado más de lo que pude recrear. He sido vencido: creé más de lo que podía recrear de manera consciente. Esa es mi tragedia».

La impresión que Gullón tiene al acabar ese día su entrevista con Juan Ramón y salir de la estancia en la que han conversado, repleta de carpetas, sobres y cajas llenas de publicaciones y textos inéditos, confirma la tragedia de esa desbordante creatividad del poeta: «Sí, haría falta toda una vida para descifrar y ordenar este laberinto».
Todavía hoy quedan muchísimos textos inéditos de Juan Ramón, de quien otro gran poeta, Rafael Alberti, dijo que era «el hombre que había elevado a religión la poesía, viviendo exclusivamente por y para ella, alucinándonos con su ejemplo».

jueves, 8 de noviembre de 2012

MÁS SOBRE LA ARGUMENTACIÓN



El Roto
En otra entrada, a propósito de un artículo de Fernando Savater, comentamos la importancia de la argumentación como base de la democracia: solo con la argumentación se puede pensar racionalmente, dialogar y debatir, a la vez que se huye del dogmatismo y el "pensamiento único".

Ahora en este fragmento de un artículo de Javier Marías («De nociones erróneas y groseras costumbres») profundizaremos en el valor de la argumentación, porque no todas las opiniones son iguales ni tienen el mismo valor, ni todas han de ser respetadas. Debemos diferenciar entre la expresión de la opinión y el contenido de la opinión.

Lo vemos y lo oímos sin cesar en la televisión y en la radio: A opina; B combate su opinión; y entonces A acusa a B de «intolerante» y apela a su «derecho» a decir lo que quiera y a que su opinión «se respete». (Sí, estoy seguro de haber explicado esto otra vez, pero en fin...). La gente, en efecto, tiene derecho a decir (más o menos) lo que quiera. Y eso es todo: ahí se acabó su derecho, no lo tiene a nada más.

Ni siquiera a que se la escuche; menos aún a que su opinión se apruebe; en modo alguno a que se respete; en absoluto a que no se la rebata, contradiga o reproche. Y sin embargo, cada vez es mayor el número de personas que pretenden justamente eso: decir lo que les parezca y que además eso que dicen sea inatacable, indiscutible o inobjetable. La frecuentísima frase «Es una opinión como otra cualquiera, y todas hay que respetarlas» encierra dos falacias. La primera es que no todas las opiniones son iguales, ni tienen el mismo valor ni el mismo peso. Hay individuos que hablan con conocimiento de causa y otros que no; los hay que razonan bien y otros que no; los hay convincentes y los que no lo son; los hay que argumentan, sustentan sus pareceres y los hay que no. La segunda es que no todas las opiniones han de ser respetadas, en modo alguno. Lo único que se debe respetar es que cada una sea expresada, sólo eso. Una vez expresadas, todos podemos opinar a nuestra vez sobre ellas, juzgarlas, considerarlas insensatas o incompetentes, idiotas y hasta criminales (por ejemplo, nadie nos podrá pedir que respetemos la idea de que a los judíos hay que exterminarlos). Se confunde constantemente el respeto a la expresión de opiniones con el inconcebible respeto a los contenidos de las opiniones. Y no: los hay despreciables, canallescos, delictivos e imbéciles. La libertad de expresión consiste en que, aun así, pueda exponerlos el que los tenga, y también, desde luego, en que los demás podamos ir contra ellos.